jueves, 16 de mayo de 2013

Crónica. Séptimo festejo de San isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 15 de mayo de 2013.
Séptimo festejo de la feria de San Isidro.
Recuerda a José Mari

Por Paz Domingo
Después de varios intentos se presentaba en Madrid el hijo torero de Ángel Teruel. El confirmante resultó muy estético, muy deseoso de realizar un discurso lucido, a veces hasta pulcro en estas nuevas lides del toreo aéreo, con un animal que se prestaba a esa presunción sin apreturas en la superabundancia de pases. Recordaba en mucho a la estética preciosita de José Mari Manzanares, a su admirable facilidad para ejecutar las suertes sin rastro de incomodidades y desarrollar esa fórmula mágica de la ligazón sin mandatos que tanto saborea al público, tanto como cuestionan los más aficionados. Pues bien, parecía el hijo de Ángel Teruel, de igual nombre, una reproducción del torero alicantino en maneras, en estética, en concepción y en resolución. Por supuesto, le falta la experiencia para resolver y taparse, el trasiego por las múltiples plazas y las aventuras en los nudos gordianos de la fama que se gestan en las agencias de publicidad.

Precisamente, en su segunda actuación, se le vio la peor de las deficiencias y que es saber solventar como se pueda. El animal fue tan descastado como mansurrón, pero en definitiva tenía su lidia y su sujeción. Pues ni lo uno ni lo otro. Al aspirante a figura del toreo le desbordó la complicación que significa la práctica aunque se le agradeció que no traspasara la frontera del ridículo escénico con recurrentes desplantes de ferial cómico. 

La tarde estaba entregada a Miguel Ángel Perera. Muchos aseguran que ha vuelto por sus fueros de otros tiempos. Afirman que realizó el toreo de profundidad. También dicen que fue una faena intensa. Bueno, pues con todas las precauciones del mundo, parece que no fue para esta ponderación. Quedó el maestro arrollado en el primer tercio por un error suyo de apreciación cuando, a la manera funcional, esperaba zafarse echando al novillete de hechuras a las afueras con el capote al bies. Todo el mundo comete errores y sufre accidentes, pero los de Perera en este atropello no fueron por adelantar pierna contraria con intención de parar la embestida y mandarla. Se hizo un ‘autoquite’ dejando al público entregado por tan poderosa heroicidad. 

Y aconteció el éxtasis alucinatorio. En mi visión ilusoria se sucedían imágenes deformadas. Al animal le tenía por una hermanita de la Caridad tan bien educada y encantadora como las damiselas coquetonas, vivaces y sin conversación arriesgada. Veía a un hombre descomunal en altura que se superponía a un ser muy inferior. Reconocía a un personaje fuera del hilo argumental de la verticalidad; sin hazañas; ceñido al milímetro en la rutina; nunca intentando penetrar en los centros terrenales; ejecutando el chotis hacia atrás con pierna mecánica; incluso sin creerse la felicidad que produce tanto destoreo robótico. 

La estocada cayó tendida y muy trasera. Pero el hombre se trasfiguró en un dios para dejar perplejo a todas las deidades que desde el Olimpo taurómaco juegan con los designios taurinos y, muy celosas las omnipotencias en la materia, le dieron un empujón en el trasero al moribundo animal para levantarle como un Neptuno emergente de las aguas. Allí quedaron ambos, aumentados en mundos oníricos: el hombre con una oreja como triunfo y el buenazo del toro escondiéndose para que no le usurparan la otra.    

Pues lo mismo, según mi modesto entender, realizó al segundo de su lote. El horno estaba dispuesto para toda la bollería de un día de feria, pero el toro no era tan buen bailarín, la masa se puso algo dura y el maestro repostero se quedó con la merienda a medias que, aunque le satisfacía, le supo a poco.

Castella estuvo en lo suyo. Es decir, en esa manera propia tan fría, mecánica, ininteligible. Le tocó el peor lote, es cierto. Pero con este torero es muy complicado averiguar si el resultado obtenido, siempre el mismo, es consecuencia de sus mecánicos empeños en las faenas o sus idénticos planteamientos para comenzarlas, desarrollarlas y concluirlas. Esto tendrá mérito, incluso algunos se lo valoran enfáticamente, y seguirán haciéndolo, porque el diestro, aun a pesar de haber cambiado de repertorio relgando los estatuarios iniciales, que ya cansaban en exceso, pues ahora le da por preparar la faena en el centro del ruedo -sin contar si la plegaria se la ofrece a la Inmaculada o san Antón-; porfía en los parones encimistas desde el segundo cero; echa el toro a las afueras a base de tirones; y sucede tandas idénticas en variedad y reconocibles en aburrimiento.

Plaza de Las Ventas. Madrid, 15 de mayo de 2013.
Festividad de San Isidro Labrador, patrón de Madrid.
Presidente del festejo: Trinidad López-Pastor.
Toros de Alcurrucén: De muy justa presencia. Bajos de agujas, con pitones de los que crecen enfundados, y con una casta funcional: sosa, insulsa, colaboracionista en el recorrido giratorio. Algunos parecían que eran mansos pero poco importa si lo eran porque tanto anodino comportamiento confunde a cualquiera. A ninguno se le dio una vara en condiciones ortodoxas. Bueno, ni de las otras tampoco.
Sebastián Castella: pinchazo (en realidad metisaca para rectificar) y estocada (silencio); pinchazo, bajonazo, aviso (silencio).
Miguel Ángel Perera: estocada trasera y muy tendida (oreja); estocada trasera y caída, rueda de peones (ovación y saludos desde el tercio).
Ángel Teruel: -en el toro de su confirmación- estocada casi entera, algo contraria, petición de oreja sin unanimidad (ovación y saludos desde el tercio); pinchazo hondo y descabello (silencio).

Un par de notas. Buenas actuaciones de Javier Ambel (de cuadrilla de Castella) y de Joselito Gutiérrez (de Miguel Ángel Perera) en el tercio de banderillas al 2º y 3º, respectivamente. Parece que los veedores de la plaza madrileña están haciendo un trabajo de reconocimiento y selección en las dehesas bastante parejo y ajustado porque todos los animales que salen por chiqueros salen en la misma ajustada proporción, comodidad de hechuras y comportamientos colaboracionistas.  


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