jueves, 2 de junio de 2016

Sobre la corrida de Beneficencia. Madrid

Sorpasso.es

Por Paz Domingo

También hoy es un día para tomar lecciones. La corrida extraordinaria de la Beneficencia en Madrid es un instructivo ejemplo para calibrar en qué punto de declive está la fiesta de los toros en el espectro social. Llegó el aquelarre de hordas invasoras, tan iletradas y tan sumisas a los cantos mesiánicos como inconscientes de la trampa mortal que se esconde detrás de ese populismo mediático, concretado en divulgación chabacana, expuesto sin pudor y despreciativo con la razón. Y había que estar allí para verlo, para comprobar cómo ha cambiado el paisanaje de la plaza en la exaltación de la fiesta por la fiesta. Los taurinos de clavel que anteriormente poblaban los tendidos tenían al menos algunas claves para descifrar la esencia del espectáculo. Ahora los sucesores de aquellos isidros -concitados en un escenario mediante espectros internautas- ya no llevan códigos reventones en las solapas sino que lucen con desahogo una vanidad, una ignorancia y un dirigismo muy a tono con los estos tiempos tan individualistas de hoy en día, arrollando de paso a la fiesta a la cual se creen que tienen la obligación conceptual de exaltar. Y han consumado el sorpasso. No por propio amor a la misma, por supuesto, sino por amor propio a la notoriedad aunque sea postiza.

No sabían nada de nada. Ni pedir orejas. Había borricos volando a la vista y fueron a por ellos. Ignoraban estos neosabios-punto.es que los mamíferos alados no eran prodigios naturales sino criaturas clónicas salidas de tubos de ensayo y muy adecuados para el control remoto. Por supuesto, les daba igual que igual les daba. Los bellos adonis que debían escenificar la pantomima tardaron de darse cuenta de las buenas sensaciones para el disfrute y que los dioses reimplantados estaban con ellos. Pasó Castella, harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de encarnarse en figura propia. Pasó López Simón, harto de no hacer nada de nada, de saber poco de poco, de mandar menos de menos, y le cayó de sopetón -desde los tendidos enloquecidos, desde palco consentidor presidencial, desde la tribuna real voluntariosa, desde la trinidad interesada televisiva, desde del cielo inclemente y desde el mismísimo infierno, la rendición a la que está llamado por méritos ajenos.

Y aquí cambió un poco la cosita. Pasó Castella, más harto de estar harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de no protagonizar a título individual el cortijo y agarró por las orejas al torito propicio para el sacrificio y que aleteaba juguetón a ritmo de melodía, subiéndose de inmediato en la ola de este nuevo público forjador del sorpasso en los conocimientos a lo taurino. Sabía el maestro que podía estar en maestro y lo hizo en algunas pausas acompasadas con lento temple aprovechando la despaciosidad que se sucedía en el juego alado. Con una tanda de naturales etéreos, más una media desmayada de extraordinaria estética, subió también a los puristas a la cresta de la ola. Se desencadenó el éxtasis y si a López Simón le habían abierto la puerta grande, ¿qué no deberían hacer con Manzanares? Como no tenían ni idea de lo que debían pedir, pues empezaron a pedir y pedir con vocerío de romería. Estos neo expertos reclamaban las orejas para el mesías, el rabo (del mesías no, del torito alado se entiende), la vuelta al ruedo (al bueno del torito, claro), el indulto (también al torito) y no sé cuántas cosas más ignoraban que se podían pedir porque aquí los analfabetos en estrategias de posicionamiento digital estábamos perdidos. Pasó López Simón, harto de tanto pintoresquismo. Y pasaron ambos diestros entre las hordas desquiciadas en el atardecer tibio de Madrid camino de la realidad virtual que se impone.


miércoles, 1 de junio de 2016

Saltillos


Lección de lidia ineluctable para hoy


Por Paz DomingoNo estoy de acuerdo. La corrida de Saltillo no fue mansa, un calificativo tan rotundo como recurrente en las crónicas que leo esta mañana. La mansedumbre como cualquier otra noción actual (léase bravo, noble, incluso toreable) que defina el comportamiento de la cabaña ganadera supuestamente apta para la lidia es un término descontextualizado, manoseado e equívoco y que no sirve –al menos únicamente para este caso- porque casi todo el mundo identifica casta con docilidad, nobleza con babeo pastueño, bravura con “que se dejen apalear”, y mansedumbre con canto gallináceo.

No pretendo dar lecciones a nadie pero si se trata de precisar el proceder de los mencionadossaltillos debo asegurar que Moreno Silva presentó un corridón de toros de inusual contundencia, de desacostumbrada bronquedad, de una casta ruda e insobornable. Ninguno de los seis animales en contienda –según la clasificación actual para topar con un manso- pisó los terrenos de chiqueros con apetencias deshonrosas, no se aquerenció en tablas, no pidió la muerte de manera obscena, e incluso uno de ellos desafió a la inmortalidad y a la placidez de los toriles con todos los cabestros a su alrededor y con tres acometidas letales en sus carnes. Es cierto que buscaban enardecidamente los bultos, que se engallaban, que les resbalaban frenéticamente los puyazos, que extraviaban los ímpetus de un caballo a otro, que no atendían a los engaños, que desafiaban campanudos como amos y señores de entrañas esquivas al sometimiento.

Intratables, puede ser. Y no todos. Según qué, cómo y por qué. Hasta que apareció el pregonao que hizo tercero en orden de salida, las dos cuadrillas respectivas con sus matadores al frente, dieron lecciones magistrales de inclasificables y negados controles lidiadores, consiguiendo exasperar de tal modo a los aficionados verdaderos allí congregados y armándose una gran bronca absolutamente merecida. Todo se realizó de forma ignorante. Todo, siendo lo más asombroso que ambos animales quedaron entregados a la muleta, con las cabezas altas es cierto, pero hasta con posibilidades de sometimiento con verdad. Especialmente claro fue el segundo, el más noble de embestidas y al que Aguilar, nada puesto, quiso esconder, desplazar y renunciar.

A partir de aquí, en los tres torazos de miedo que se sucedieron se produjo la revelación para quienes quisieron entenderla. Fue una clase magistral para deducir el sentido de la lidia, tanto de su existencia como de su esclarecimiento. Quedó prácticamente ineluctable eso que se hizo antaño en llamar lidia de toros. Y digo casi imposible porque a estos pregonaos -que les sobraba entendimiento, aires campanudos, soberbia y descomunal capacidad de incertidumbre- no les pusieron en su sitio con la única arma posible: la exactitud. Este concepto, puede parecer vago de argumentación, pero consiste en defender el mando sin tregua y desde el instante primero. Hay que mandar abajo sin dilación y hasta sin ortodoxia, con firmeza, con arrojo de extraordinaria técnica, con inmensa valentía. Castigar, abajo, siempre abajo. Pero las varas cayeron como bombas de racimo, los capotes como armas cegadoras, las muletas como platillos volantes, las banderillas –las hubo hasta negras- como acicates de rebeldía, y las equivocadas astucias para contener la insubordinación resultaron granadas de mortero que el enemigo devolvía sin explotar.

Digo que es casi imposible que se pueda llegar a producir esta lección magistral de lidia auténtica sencillamente porque ya no se practica y por tanto no se puede aprender, ni enseñar. Y digo casi porque sí hubo dos instantes de técnica e imponderable perfección, suficientes para aquellos seres avispados, aficionados en la verdad, con entendederas inteligentes y que comprendan qué es eso de la lidia de un toro con todas sus maestrías. David Adalid puso varios pares de banderillas, pero la última tan colosal de mando que paró el toro en seco dejando los palos en la misma cara de la fiera. Del tamaño de esta proeza fue el capoteo por abajo de César del Puerto, también a este quinto, haciéndole bajar la altivez, parando la fuerza arrolladora e indicando con tal extraordinaria perfección y técnica quién manda (al toro y a los demás oficiantes en “lida desgarrada y enloquecida”, según definió Joaquín Vidal la actuación de los profesionales en un encierro de idénticas características dificultosas de Moreno de la Cova en Madrid).

Tampoco estoy de acuerdo en los que aseguran que el potencial de la corrida nos haya trasladado a otro siglo. Quizá con esta aseveración sean capaces de ponderar lo que comúnmente es imposible que se produzca en este espectáculo adocenado. Lo es para los que no han visto nada parecido. O no lo recuerdan. O no lo han leído. Lógico, no estaban las televisiones de fondo, ni los cronistas interesados, ni las grandes figuras dispuestas al enfrentamiento. Alguna vez se ven cosas parecidas y es necesario reivindicarlas. Por tanto, con la misma rotundidad aseguro que los bulos de que estaban los animales toreados es una infamia. Lo que hay, señores míos, es la evidencia de ser pocos los hombres y toreros que sean capaces del dominio verdadero, tan pocos como ganaderos con tanto celo en la casta categórica. No es necesario que Moreno Silva pida perdón. Lo que procede es darle las gracias por mostrarnos la desnudez y la grandeza de la fiesta de los toros.

Sí, amigo Javier, el toro existe, como también hay alguna ganadería que presente animales de poder. El problema es que ni a unos ni a otros les dejarán a la vista, ni a la técnica. Al contrario, se pretende porfiadamente enterrarles en catacumbas después de haberles perpetrado auto de fe y hoguera pública.