miércoles, 18 de diciembre de 2013

Carta a un amigo



Hay dos mundos ¡dos!
(Advertencia al aficionado ilustre en forma de epístola)


Paz Domingo


Querido amigo:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo voy tirando, gracias a Dios. Aprovecho estas líneas para ponerte al corriente de cómo van las cosas, pues sé de tu interés por conocer lo que pasa a este lado del mundo. Nada parece arreglado después de que el año taurino concluyera. Esta temporada iba a ser la catalizadora de la crisis en el sector taurino y al mismo tiempo debía convertirse en la restauradora de la confianza para este espectáculo con certificado de decadencia. Todos los sectores implicados en el estamento estaban pendientes de lo que sucediera en Madrid para configurar su agenda. Y lo que sucedió es nada, nada nuevo que no ocurriera en las últimas ediciones, nada que haga pensar en sinceras intenciones para regenerar la fiesta de los toros y encauzarla hacia el espectáculo veraz, auténtico y hermoso que debería ser.


Como ya te has enterado, en la cruda travesía -taurina y políticamente hablando- se fueron dando traspiés considerables, tan mediáticos, tan políticos y tan peligrosos como la tapadera de la plaza que se hundió antes de su implantación; la iniciativa legislativa de bien de interés general que traspasó los ritos congresuales para convertirse en panfleto de reivindicaciones universales; o las indefiniciones ministeriales que jugaron a ‘quién pertenece a quién’; o el fracaso de todas las ferias, de todas sin exclusión; o la búsqueda de algún toro descomunal que dicen salió en algún ruedo del sur francés; o las nuevas asociaciones de figuras de toreo que quieren poner una pica en Marte mientras juegan al golf en Sotogrande; o los movimientos políticos salidos de no se sabe qué administraciones para ponerle cuentas a los dineritos del sector, drama a la crisis ganadera y persecución del fraude a las impolutas arboladuras bovinas. La pérdida de crédito en el espectáculo de los toros está haciendo más daño que cualquiera de las prohibiciones más sanguinarias, pues ha dejado al descubierto su desamparo, o lo que es lo mismo, la necesitad de una intervención traumatológica debido a una fractura medular.   


Los neurocirujanos encargados de diagnosticar el alcance de la lesión estimaron que lo primero, y más urgente, era la inmovilización del paciente. Y así se hizo. La ausencia de iniciativas reformistas no ha tenido lugar. Las asociaciones de ganaderos de reses de lidia no han puesto en marcha una autoevaluación de emergencia, ni tan siquiera un análisis serio de las funestas consecuencias de la explotación intensiva de animales descastados, de la superpoblación de material unigenético inservible y de realizar trasplantes con células madre para recuperar la esencia antes de que el cáncer sea incurable. Y de pérdidas de encastes, mejor ni hablan. Además, -como ya habrás comprobado- está el juego súper vistoso de los mandamases del escalafón torero que reclaman café para todos pero se pelean por los azucarillos; los mismos empresarios de las mismas plazas que ponen sus reales sobre la mesa a garrotazo limpio y político; los garantes de salvaguardar la integridad del espectáculo han desaparecido del mapa, que no de la comedia; los posibles denunciantes de esta impostura convocan ruedas de prensa para departir sobre los colores que mejor favorecen al traje de luces; los responsables políticos han tomado placebos para paliar el dolor del enfermo crónico elaborando un metódico plan a base de calmantes cuya efectividad no va más allá de la relajación; y así, todo de vicio. De puro vicio.


Como ya sabes, en este mundo enviciado hay algunos que mantenemos la afición, o lo intentamos, cuando el tornado se ensaña sobre nuestra cabeza y tiene categoría de huracán. Bueno, no es nada nuevo, por otra parte. Tú mejor que nadie puedes responder por este temperamento que nos lleva a la dicha y a la amargura. Es verdad, sé lo que estás pensando, que también somos honrados, bondadosos y hasta caritativos con este bochornoso, indecente y corrompido simulacro que nos venden por fiesta de los toros. Y bien caro, por cierto. Para que te enteres de buena mano, aquí la gente ya no se mata por conseguir un abono en Las Ventas. Más bien, el problema era colocarlo si lo renovabas y ya hay muchos que han decidido cortar por lo sano. Bueno, ni abono aquí, ni en ningún otro lugar, ni tan siquiera les interesa ya la retrasmisión de la telebasura. Puedes imaginarte muy bien, que a estas alturas del año esté pensando en el siguiente, en qué demonios me saldrán de las entrañas cuando a la vuelta de la esquina tenga que pasar por taquilla. Mejor ni pensarlo. Igual para entonces los poderes de la mercadotecnia se han impuesto, deciden por mí, me lo ponen fácil, hacen realidad mis sueños, y me regalan con el paquete taurino un ipad mini; o un crucero por las islas Barbados para dos personas en régimen de todo incluido; o convertirme en accionista mayoritario de la empresa turística organizadora de las tournées taurinas  por las placitas francesas y, a ser posible, también en régimen de todo lo güeno y nada implícito.


Mi querido amigo, siento envidia de tu soledad remota; de tu silencio provocado; de tu alejamiento alimentado. Eso sí que es jugarse la afición a una sola carta. Te pido miles de excusas por no escribirte a menudo pero ando buscando alguna gruta en la que guarecerme y tomar fuerzas. Te deseo siempre lo mejor, ya sabes, esas crónicas de siglos pasados, esas historias ancestrales que hablaban de plazas, aficiones, toros y toreros. Aprovecha para tomar las aguas cálidas en alejados paraísos meridionales y no te preocupes de cómo encontrarás esto a tu vuelta. (De todas maneras esto ya no lo reconocen ni los mismos inventores). Que seas muy feliz, tengas insultante salud y no te olvides de esta amiga que tanto te añora. ¡Vivan los toros! (Allá donde estén)      

lunes, 7 de octubre de 2013

Crónica de Paz Domingo. Cuarto y último festejo de la Feria de Otoño



Cuarto festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 6 de octubre de 2013. Toros de Adolfo Martín para Antonio Ferrera, Javier Castaño e Iván Fandiño

Mudanza

Por Paz Domingo
Es tiempo de mudanza. El letargo se presenta y da paso al sosiego de las crónicas antiguas. Un momento para echar la vista atrás, visto lo visto. Lo que aconteció en el día de máxima expectación con la decepcionante corrida de Adolfo Martín y con la insegura actuación de los diestros de mayor cartel para los aficionados invita a la reflexión porque el agotamiento toca fondo. No es suficiente comprobar que existen voluntariedades, además se hace imprescindible que los resultados se impongan. Hay que constatar, de una vez por todas, que se toman medidas para reconducir la decadente fiesta de los toros en una posibilidad.
No puede caer toda la responsabilidad ganadera por la decrepitud de la cabaña brava en una sola ganadería. Tampoco, la exigencia máxima a los toreros, que por su momento y condiciones, pueden aportar verdad en este simulacro en que se ha convertido el toreo. Pero, lo cierto, es que cerramos la temporada en la primera plaza del planeta de los toros con el único balance contundente de la interpretación al natural de El Cid y la actuación de la cuadrilla de Javier Castaño por extraordinaria y profesional. (¡Que se dice pronto!) Mientras, nos hundimos más en un espectáculo agotado; sorteamos amenazas de tapaderas muy lucrativas para algunos; se intenta argumentar parlamentariamente que hay que blindar la fiesta; pagamos más por estos espectáculos deprimentes y simuladores; la integridad ha pasado a ser historia; las entrañas bravas y auténticas se han manipulado hasta la imposibilidad; y nos divorciamos de la opinión pública taurina y oficial que va por el lado que nada tiene que decir, ni plaza que llenar. Las preguntas son obvias: ¿Cuál es mi interés en todo esto? ¿Quiero seguir alimentando esta parodia a costa de mi afición? ¿No hay nadie –divino, terrestre o marciano- que reconduzca con verdad la fiesta? ¿No es el momento de la consideración?
Y poniendo la vista en lo pasado, lo cierto es que nos quedamos fríos en la tarde de máxima expectación en esta feria otoñal. Los toros de la vieja estirpe de los albaserradas salieron de presentación desordenada, algunos flojos, casi todos distraídos y los más convertidos en piezas de cemento e imposibles de movilidad, escasos de casta y tan mansos que hasta barbeaban las tablas. De esta apatía en resultados se contagió casi todo el mundo. Antonio Ferrera abría plaza y tuvo varias oportunidades claras con los dos animales que le tocaron en suerte. El primero fue el animal de mayor carácter de todos sus primos hermanos, miembros de las varias camadas presentadas, y algunos próximos a cumplir seis años aunque no lo parecían, pero se fue inédito porque Ferrera lo escondió todo lo que pudo con su insistente terapia de punteo de la muleta, de cambiar los terrenos para que el animal apretara hacia dentro, de levantar el testuz en vez de corregir abajo. Y así convenció porque el público triunfalista -que ayer terminó por llenar los tendidos- creyó en la parafernalia, le aplaudió y quedó preparado para aplaudir el circo que tendría lugar con el toro que hacía cuarto en orden de lidia, por cierto, que también sirvió para la muleta, el único que empujó algo bajo los petos. Lo bonito que hizo Ferrera fue recoger al toro sin intermediar pausa el distraimiento del animal a la salida del caballo. Muy atento, a la antigua, es cierto. Pero lo que se dice torear, no dio ni un pase bueno. Ni con la ejecución en banderillas, todas al retorcimiento y al desahogo; ni con el misterioso trance de poner el capote a modo de carpa en los medios que no sirve para nada salvo para darse mucho pote; ni con la muleta siempre retrasada, muy ventajista, jugando al péndulo y al escondite; ni cuando mató, después de pinchar, en un reventón que expuso como si fuera Lagartijo que hiciera rodar al toro en doble vuelta de campana; ni cuando le dio por el símil de los viejos diestros de antaño que se sentaban en el estribo y tan campantes esperaran que se les izara al cielo. Algunos tomaron el circo como si su vida dependiera de esta comedia y, ayudados por el presidente Julio Martínez, le dieron cancha al espabilado diestro con el regalo de una oreja. Otros, protestaron, entre otras cosas porque procedía sobreponerse al escándalo y la irresponsabilidad de estos actos que tanto perjudican a todos. Ferrera lo que debía haber hecho era torear, que tuvo ocasión y no lo hizo. La aberración de las aberraciones las comete cuando le da por correr para atrás parando al toro con la mano entre los pitones -creyéndose Julio Cesar conteniendo al senado romano- en el acto más humillante y absurdo que pueda exhibir cualquiera que quiera llamarse torero, además de demostrarlo.  
Javier Castaño está literalmente agotado. Dio muestras de indefensión, de una lucha descomunal contra sus ya debilitadas fuerzas –los toros le han castigado mucho este año- y contra el poderío del estamento taurino que le ha baqueteado cuando ha podido sencillamente porque aportaba a este decaimiento una cuadrilla tan formidable, tan profesional y tan torera que se ha hecho merecedora del reconocimiento de los aficionados. Pasó muchísimos apuros este hombre sobre todo a la hora de matar, hasta el punto que fue incapaz de dejar el estoque en sucesivos intentos sin fuerza, tino y concentración. Recurrió al descabello cuando la imposibilidad quedó certificada después de sus honradas actuaciones con dos pedruscos considerables. Este es el colofón a un año muy interesante porque este torero ha demostrado dos cosas indispensables de las que debería aprender todo el escalafón al completo: ha formado un equipo extraordinario, compacto, serio, profesional y mágico, y lo ha hecho con honradez. Si esto no es fabuloso, que venga Dios y lo firme.
La feria pasó sin el protagonismo de Fandiño. E Iván Fandiño anduvo ayer de paso. Se esmeró, desesperó y perdió los nervios y el tino de la suerte suprema con un animal muy corto de embestida que no humilló nada. Después, dejó pasar de largo a otro insulso toro para dejar unos borrones considerables con la espada. Porque era Fandiño, estaba ya a punto de anochecer y teníamos ganas de salir corriendo del espanto, que si no daban ganas de colocar puntilla y sanseacabó.  

domingo, 6 de octubre de 2013

Crónica de Paz Domingo. Feria de Otoño 2013

Tercer festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 5 de octubre de 2013. Toros de El Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto (ambos hierros del mismo ganadero) para Alberto Aguilar, Joselito Adame y Jiménez Fortes.

Cocinar al microondas

Por Paz Domingo
La crianza del toro bravo es una incógnita. Los ganaderos están dándose mucha prisa para adaptar la genética propia a los usos modernos que se supone exigen los tiempos contemporáneos. Han cogido la cocina mediterránea, la han reconstruido y la exportan con toda la parafernalia de la atractiva cocina rápida. Este criterio culinario se impone porque las necesidades de la sociedad actual radican la escasez de tiempo. Por tanto, el puchero y la cocción lenta pasan a la arcaica historia para dejar paso a la practicidad del horno microondas y el calentón inmediato. Los efectos son también parejos porque, aun no tenido un paladar exquisito, casi todos tenemos abuela y sabemos de las contundencias de la sabiduría que mezcla y la paciencia que cuece.   
El prototipo de toro de lidia que abunda en gran parte de las dehesas está ya reconstruido y de paso se ha estandarizado en marca de los novedosos tiempos. Lo han llamado manso encastado y todos están muy satisfechos con la denominación. Salen intratables al ruedo, abantos, flojos de extremidades, bobos incondicionales, irascibles al trato para trastocarse en seres entregadísimos a tundas repetidoras sin final. Y aquí radica la confusión de los gustos. Un ejemplo pudiera ser los distintivos que atesoraban los atanasios de aquellos guisos de lumbre, ásperos y sólidos, y a los que pertenecían los toros de esta ganadería salmantina. La diferencia entre aquellos y los de ayer bien pudiera estar en el calentón del horno expeditivo porque al plato le faltaban los ingredientes propios como el desafío, la fuerza, la personalidad, la fijeza, la severidad, la credibilidad para ser dominados.
Resultó una mezcla bien presentada pero cuando se le hincaba el diente daba la impresión que el chef había dado al solomillo varias vueltas a la intemperie abrasadora de la inmediatez. Los toros servían para la muleta, que era de lo que se trataba, con esa movilidad que vuelve locos a los pilotos de carreras pero como estaban crudos de varas, faltos de control de lidia, ayunos de temperatura sosegada pues acabaron siendo los protagonistas de la deconstrucción. Mientras, los matadores de la tarde conseguían a duras penas hacerse con el control de la situación y eso que no tenían más que fiscalizar bien los terrenos, poner el trapo en su sitio, templar la crudeza y aderezar con especias al gusto. Se empeñaron todos en las mismas contradicciones y que se fundamentaban en comenzar las faenas con exuberantes ayudados por alto, en acompañar las embestidas a toda prisa volando la muleta por encima de los pitones, en desorientar a los animales que hartos de tantas vueltas acabaron abrasados en la desorientación y masacrados en los estoques.
Con matices, claro está. Alberto Aguilar se empeño en que quería dar muchos muletazos cuando lo que debía hacer es sencillamente torear, y lidiar como le hemos visto en ciertas ocasiones. Tampoco puso orden en las tareas de control de lo que pasaba en el ruedo pese a que era el encargado del cometido. Los hombres de su confianza, con su apoderado al frente, se pasaron de erudiciones desde el callejón, y en muchas ocasiones los propios protagonistas no sabían a qué rey debían obedecer. Este torero valiente y arriesgado se equivocó en la preparación y se le indigestó tanto énfasis a la cocina desestructurada. Joselito Adame llegó como una tormenta tropical dispuesto a consolidar las expectativas de la pasada primavera en Madrid pero un revolcón en su primer toro lo mandó a la enfermería con una conmoción cerebral y rotura de algún hueso. Entró a los quites; bulló con mucha valentía; quiso la colocación; arriesgó demasiado en la puerta gayola y casi le cuesta la cabeza; pero también ambicionó copiar el consabido método del toreo por arriba y en los medios cuando lo que procedía era elegir con el entendimiento. Adame también quedó desbordado y desorientado. La desgracia se cebó con él y aún pudo ser peor porque no se explica cómo le dejaron entrar a matar al animal cuando era evidente que después del fuerte revolcón manifestaba una fuerte descoordinación.   
Lo más inexplicable es el caso de Jiménez Fortes ya que el torero de tantas expectativas para muchos es certero en la vulgaridad, en el toreo al revés, en los mantazos al aire, en las cansinas rotondas, en los espadazos horripilantes, en la personalidad insulsa e insufrible. Y eso que traía una cuadrilla bien conformada con Carretero en la lidia y Sandoval en el caballo.

Los sabios lo tienen dicho. Que no. Que gurús de la cocina moderna sabrán mucho del reinvento ese del potaje de la abuela pero para mí que no saben ni poner la sal. Y de los garbanzos ni hablamos. Ya saben… buen provecho. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Crónica de Paz Domingo. Segundo festejo. Feria de Otoño de Madrid.

Segundo festejo de la Feria de Otoño. Madrid. Plaza de toros de Las Ventas, 4 de octubre de 2013. Toros de Victoriano del Río y Cortés (ambos hierros del mismo ganadero) para Manuel Jesús, El Cid, Iván Fandiño y Sebastián Ritter, que tomaba la alternativa.

Una izquierda prodigiosa


Por Paz Domingo
Se reveló el toreo al natural. Surgió el milagro en aquella izquierda prodigiosa que permanecía encerrada en el recuerdo. A la mente regresó la memoria y El Cid se acordó de sí mismo, de un tiempo que había quedado lejano y de la interpretación de la más hermosa manifestación torera de naturalidad, una cualidad soberbia que se nace del instinto, vive del pulso controlado del ritmo, se nutre del movimiento templado, se impone por verdadera y se expande en elegancia sin igual.
Hay muy pocos hombres que puedan realizar el toreo natural, incluso habían desaparecido quienes querían enseñarlo. Esto mismo había pasado con Manuel Jesús, ElCid, y con él también regresaban del olvido todas las evocaciones de acontecimientos fabulosos que tenemos los aficionados. No se puede asegurar cómo retoñó esa extraordinaria mano izquierda para interpretar el toreo al natural, la única en todo el escalafón que se impone por rotunda, pero lo cierto es que el torero se arrancó como un despojo la vulgaridad cochambrosa, retorcida, ventajista e insoportable y vio la luz como si se tratara del tullido de las parábolas cristianas que recobra la vista, la dignidad y la fe.
Puede ser que el milagro no fuera de tanta profundidad de otras ocasiones, pero sí fue el milagro más bello. El destino se coló en la ganadería de Victoriano del Río con un animal de obediencia extrema, de una nobleza entregadísima, con mucha cara y pocas carnes, bonito de capa pero que no se acercó a las provocaciones caballerescas puesto que ni él mismo ni el maestro estaban por la labor descarnada. Era un ejemplo de eso que los castizos taurómacos denominan “ir al toque”, de la muleta, se entiende.
El grado de belleza trascendía en luminosidad y se colaba por el cielo repleto de nubarrones como si surgiera del rompimiento de gloria. Vio claro en el capote acompasado y rematado con media desmayada que caía por debajo de la cadera. Se picó con el quite por gaoneras algo precipitadas de Fandiño e inició sin prolegómenos la exposición de la muleta desmontada desde el primer instante. Embarcada con sutileza, atraía al animal cuando se salía, templaba con gusto extraordinario la suave cadencia del caminar del toro, desplazaba envolvente el grácil vuelo de un pájaro, se erguía en la rectitud mientras hacía girar la muñeca de su mano izquierda hasta la delicadeza, vaciaba la suerte en el pase de pecho como si un imán arrastra la ligereza al cielo, se adornaba con trincherazos y evocaba la naturalidad del baile perfecto. Así, repetidamente. Así, perfectamente.
Así, una vez más, el diestro de izquierda prodigiosa se volvió a equivocar en la resolución. Sabía del momento decisivo pero tomó tantas precauciones que, también una vez más, se desvanecía la rotundidad. Desoyó la petición que le hacía el animal para morir en la suerte natural. Se perfiló precipitadamente. Y en ese instante fugaz el toro se le arrancó mientras que El Cid dudó y no actuó con el estoque para matar recibiendo, en lo que hubiera sido la perfección más apropiada. Volvió la memoria a hacerse presente. Aquel hombre abatido que lloraba hace años en el estribo, después de no poder rematar la más extraordinaria belleza del toreo, se quedaba como siempre desarmado en la imposibilidad.
El Cid resultó ser el torero que nunca debió olvidar. Se reveló como antaño, con poderío, facultad e impotencia. También con milagro porque después de vislumbrar la actuación a su primer torete parecía que se iba a cortar la coleta allí en un arrebato de pundonor y dar por finalizada esta deriva en el toreo más ramplón, tan cotidiano y aburrido, al que había llegado por apetencia suya.
Y es lo que tiene el toreo bueno cuando se ve, que lo que antes parecía colosal se queda relegado en el olvido. Atrás quedó la oreja que obtuvo Iván Fandiño con su actitud para comerse el mundo y la puerta grande de Madrid que tanto se le resiste. Todos le esperaban. Citó desde los medios con la temeridad que le es innata. Aguantó los ayudados por alto sin enmendar su gran valentía. Puso el entusiasmo en el graderío para después ir decayendo la faena en intensidad, sitio y resolución. Hubo petición de premio para Fandiño, pero no fue mayoritaria y en el paseo por el albero se produjo el verdadero momento de inflexión de la tarde porque todos, excepto el presidente del festejo, se dieron cuenta que en los tendidos no se sentaba un público cualquiera. El pulso de la verdadera afición lo tomó a partir de ese instante mágico, como queda dicho, El Cid con su mano izquierda que forcejeó con su instinto y poderío. Una revelación que no está al alcance de cualquiera, ni torero ni aficionado, y para algunos advenedizos en el arte taurómaco la faena basada en la naturalidad será su referencia, su memoria y el alimento de su alma torera.
Por último queda formular una pregunta al destino. ¿Será capaz la afición de esperar a que la madurez de Sebastián Ritter rompa y se manifieste? Este torerillo colombiano, que en esta tarde otoñal del Madrid torero tomaba la alternativa, tiene una seriedad extraordinaria, una compostura clásica fuera del común de la novillería anodina, un sitio certero para componer la profundidad y, sobre todo, aporta una verticalidad de las que enamora por verdadera. Su asombroso temple interno lo dejó claro en el día más complicado de su experiencia torera puesto que a El Cid le dio por torear y a Fandiño por llevarse las expectativas. Con dos toros tan dispares de genio, fuerza y presentación tuvo que lidiar el diestro inmutable. El primero, inválido, nobletón y distraído. El segundo, imposible, morlaco y descomunal. Pues a pesar que el sorteo fue tan traicionero, Ritter no se descompuso. Estuvo en torero que ya es mucho agradecer. Ya era hora que alguien con aspiraciones no porfíe en el tremendismo, la parafernalia, el retorcimiento, la ignorancia, la falta de personalidad y en la vulgaridad que inunda tan abultado escalafón novilleril y del que ha dejado de serlo.

jueves, 5 de septiembre de 2013

¡Caray, lo bien que se vive sin televisión!

















Fotografía de Paco Sanz

Por Paz Domingo
Pues yo vi toros. Lo digo con gran satisfacción. En ese día clave que fue el pasado domingo, tan mediático y componedor, todavía dando tanto de sí en el cante por bulerías del torero de las encerronas, me encontraba en la pequeña plaza portátil de Cerceda, a la falda del Guadarrama, entre el resol de la tarde que cae y la majestad gótica de Santa María La Blanca. Nada de casualidad. Ni por asomo se me ocurrió anclar mi espíritu al abrigo de tanta algarabía propagandística.  

Hubo novillada. Pequeña de formato y de presupuesto porque contemplaba cuatro únicos novillos de la ganadería Flor de Jara y criados, por cierto, entre cercanos canchales. ¡Caramba con los novillos! ¡Verdaderos toros, diría yo, con oficio de embestir! En presentación: fuertes, cuajados en la armonía, badanudos, de musculosa caja, de cabeza importante, de resplandeciente seriedad. En temperamento: con casta, con resistencia, impetuosos, celosos y de una nobleza que perseguían los vientos acariciando la temperatura suave del crepúsculo. No había dioses mitológicos para librar batalla con ellos, como tampoco héroes que necesiten coros para insoportables tragedias griegas, pero sí puedo dar fe de este grandioso detalle convertido en fastuoso. Pero no todo fue perfecto porque los bravos toros de Flor de Jara y la extraordinaria afición enraizada en la historia ganadera de este paraje madrileño se enfrentaban como jabatos a la más abismal de las ignorancias. Y son muchas. O tres principalmente. Tantas como la impericia de la presidencia del festejo que no tuvo en cuenta los asuntos más cruciales de la normalidad reglamentaria, aun tratándose de una plaza portátil pues ya se sabe que el conocimiento no seca la mollera. Tantas como los bochornosos espectáculos de los subalternos de las cuadrillas que, puestos en situación tras el turno del correspondiente maestro, levantaban con ostentación de manera articulada los deditos índice y corazón mientras se dirigían al palco, se dejaban ver, y manejaban el asunto orejudo como comparsas licenciosas. Tantas como el dineral que cuesta en seguros, pagos, alquileres, prevenciones médicas…

Tres asuntos escandalosos que deberían tener en cuenta para las próximas ocasiones porque todas las grandezas de los aficionados y todos los esfuerzos de la comisión que se empeña en estas modestas programaciones, aunque torerísimas, decorosísimas y muy decentes novilladas, se topan con muros de grosor considerable. El cabezazo es irremediable. Y éste sí que seca la mollera.
           
¡Caramba con la afición de Cerceda! Pues sí, ahí está. Pueblo enclaustrado en territorio ganadero, en miles de historias bravas, en ensueños frescos de longevidad, que no hace casual el brote de almas duras y aficionadas, ancladas férreamente a su propia sangre torera como los pedruscos se agarran a la gravedad. Lo certero, siento presumir por esto, es que cuando hay alguna verdad en el mundo de los toros, aunque sea remota, o pequeña, o sencilla, es porque siempre hubo almas toreras que no se descolgaron en el devenir de las generaciones, que han perpetuado las ensoñaciones para que sean cortejadas, admiradas y seducidas por héroes y que salieron victoriosas de abismales derrumbaderos.

Posiblemente no haya muchos humanos que acierten a poner en su justa medida lo que significa dar mando prolongado a la tradición taurina, a considerarla como un tesoro, a darle la escena digna de representación tremenda, incluso sencillamente a dignificarla. Y quienes tengan en sus corazones alguna desazón en este sentido, por desgracia, tampoco ya son capaces de considerarla. El día que sean conscientes los miembros del estamento taurino del gran daño que le han hecho a la memoria, a la suya propia y a la histórica, despreciando las auténticas aficiones de pequeños pueblos sencillamente porque les parecían poco modernas, nada rentables y de ningún interés televisivo, pues bien, ese día les van a entrar ganas de hacerse monjes cartujanos. Y parece que la metamorfosis se producirá pronto al paso que vamos en éxitos estrepitosos. Ni rescoldos van a encontrar.   
¡Caray, lo bien que se vive sin televisión!












 




jueves, 6 de junio de 2013

Crónica. Corrida de la Beneficencia

Feria de San Isidro 2013. Corrida extraordinaria de Beneficencia
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 5 de junio de 2013
Ganadería de Valdefresno (remendada con 2 toros de la ganadería de Victoriano del Río) para los diestros Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Sebastián Castella

Abordaje a lo filibustero

Por Paz Domingo

El reiterado petardo histórico para la gran corrida de Beneficencia tuvo en esta edición muchos nombres propios y entre todos protagonizaron como filibusteros, enardecidos y hambrientos de tesoros, el fabuloso abordaje del galeón indefenso anclado en la deriva y a punto de hundirse en las calurosas aguas turquesas. Y como sucede en todo asalto cuerpo a cuerpo, ideado para estos guiones cinematográficos que tanto se aprecian en esta posmodernidad de la piratería, el equipo corsario soltó un cañonazo por la popa que dejó al navío contrario listo para el hundimiento en vertical.

Dicen las malas lenguas que hubo un fantástico baile en los corrales madrileños. El desembarque de patrullas con mercancía de batracios con entrañas, presentaciones y cornamentas devaluadas, se sucedía sin límite. Se apañaron como pudieron. Se remendó la corrida con dos fenómenos que aportó el ganadero triunfador de la pasada edición en su mismo estilo personal sobre la crianza de supuestos toros de lidia y que consistió en mansos de recorrido plano sin nada para temer ni desarrollar, salvo la molienda que les puedan propinar por tontos. Y parecer ser, que algo sucedió. El presidente Muñoz Infante que estaba dispuesto para la encerrona planeada desapareció a la orden de cese inmediato. El lugarteniente Trinidad López-Pastor se hizo cargo del timón y se supone que con órdenes precisas para mantener el orden en el plató, además de no devolver ni a uno solo de esos figurantes con aspecto de toritos melancólicos que con tanto esfuerzo se habían conseguido recolectar.

Por orden de actuación, apareció abriendo plaza el comandante Padilla bajo una ovación incomprensible porque el vendaval que definía hace tiempo al impetuoso personaje se ha trasformado ahora en solanera insoportable. Tras haberse dedicado en cuerpo y alma al ponderado discurso en los altos foros, a Padilla le ha dejado de interesar la batalla, que no el asalto. La fama le ha hecho recapacitar en su osadía. Mientras, alentado por el espíritu de Frascuelo intenta desenvuelto el toreo periférico del mando inexistente, pretende porfía para dejar apacible su talento y consuela con su improductiva torería a quienes le quieran ovacionar, ver y escuchar. Aunque se llevara un susto, que se lo llevó, cuando ambos protagonistas -el cuarto bovino desventurado y el fenómeno de patilla recortada- peleaban en sus desventuras por asegurar quién sacaba la cabeza del agua. Pero los dos quedaron asidos a una nadería en medio del océano.

Después apareció el cautivador de la torería andante llamado Morante y apodado de la Puebla. Mitad poeta, mitad bandolero, conformado en divinidad cuando desplegó capote para suministrar maná al pueblo elegido de gorda corbata con dos medias preciosistas, un apunte verdadero de toreo a la verónica y sacar su coraje dormido para endilgar una faena que prometía acabar con el cuadro. Y casi termina con él, porque su desatino con el estoque ya trascendía en bronca irrefrenable en los tendidos poblados de incondicionales. Los mismos que disponen esperanzas, bolsillo y garganta para muchas espantadas fabulosas y algún esporádico arte. Si la media de Morante bien vale una misa, pues que repiquen con tiempo el día señalado, -dicen los demás no tan insobornables-, que allí irán como contribuyentes piadosos del cepillo parroquial, hartos ya de aguantar tantos sermones banales a la espera de la trasfiguración.

Ni Morante pudo devolver la horizontalidad al navío escorado, ni Castella poner el broche a la nefasta tarde con su ya habitual manera de entender el insustancial dominio siempre acampado en el centro del ruedo para después trajinar en la desorientación, ausentarse del entendimiento bovino y dejar ver al mundo su flemática figura de misticismo fingido. Tuvo algo más de materia en el sexto animal descastado que terminó con el cuadro bucanero, pero el maestro le propuso pases cambiados por detrás y también por delante, en circular y en las afueras, a diestro y siniestro. Ahí quedó el aburrimiento completo.  

Tan enviciada está la cosa de la lidia de los toros que ya parece difícil una tabla de salvación que saque de las profundidades el buque naufragado y pueda ponerlo de nuevo a flote. No es más que una fiel reproducción novelesca de aquellas historias de filibusteros que surcaban los mares del Sur, cometían mil abordajes, se retaban con bravuconadas por el dominio absoluto, se respetaban por su carácter sanguinario, llevaban pata de palo, se emborrachaban en la cantina guarecida y enterraban tesoros en oscuros paraísos.

Ayer, amigos, era tarde de comparaciones. De nostalgias. De verdades. Del reflejo de esta España cañí. Un palco que no tenía desperdicio pero tan enjundioso que no puedo resistirme a su descripción. En representación de “la más alta institución del país”, según se asegura, se encontraba la infanta aficionada, muy bien escoltada por su ya mediático secretario personal y su jefe de comunicación muy atento a las proyecciones también telemáticas. Flanqueada estaba Elena a su derecha por el presidente de Madrid, el mismo que un día fue responsable directo de los asuntos taurinos y que ahora, como propietario de hecho de la plaza madrileña, no le interesa un pimiento ni la plaza, ni las nefasta gestiones que él avala, ni la verdad, ni abordar la regeneración y limpieza de las aguas caribeñas ya putrefactas. A su izquierda, Wert, el ministro amante de la tauromaquia, el mismo ideólogo que se ha propuesto un plan de salvación para mayor gloria de la gran familia taurina pero que ha cerrado a cal y canto el patio de butacas a los interesados verdaderamente por el futuro. También, en un rinconcito aparecía la delegada del Gobierno autonómico y que, por cierto, casi presenciaba en directo uno de los más formidables conatos de rebelión aficionada. Y digo casi, porque ella iba a lo que iba: a ver a Morante y punto. Ella y el resto. Y a todos les importa la fiesta, -de verdad, de verdad-, un pepino. 
Eso sí, salieron de la plaza echando humo. La gran ovación se la llevó el maestro Paula, emboscado en el tendido alto del 7 (que como saben es el público condenado al ostracismo por aficionado, molesto y protestón) y que se dio a ver después de que las posibilidades de Morante se diluyeran como la espuma. Saludó derbordando torería al respetable. Y porque estos aficionados saben hacer las cosas y mantener la calma, si no hoy estaríamos hablando de cómo procesiona un lobo de mar de otra época. Algunos estaban dispuestos a todo, como evidentemente se vio.

domingo, 2 de junio de 2013

Crónica. Vigésimo tercer festejo y último de la Feria de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo tercer festejo y último.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 1 de junio de 2013
Toros de Celestino Cuadri para los diestros Fernando Robleño, Javier Castaño y Luis Bolivar

Hay torero, hay cuadrilla, hay magia

Por Paz Domingo

Hoy se estaría hablando de los difíciles toros de Cuadri aunque se impone afirmar la maestría poderosa del torero Javier Castaño y de su cuadrilla. Juntos hicieron del arte de lidiar toros la expresión máxima de belleza y enseñaron honrada, generosa, limpia, sabiamente la grandeza del toreo. Fue lo nunca visto en plenitud armoniosa porque no hubo ni un solo instante de sus valentías que no se superaran en emoción. Desde el principio hasta el final acontecían en los tercios los empaques, las galanuras, los desafíos, los misterios, los saberes, las verdades, las noblezas para trasfigurar la técnica en naturalidad plena. Un momento de magia que es eterno para mayor gloria de la auténtica fiesta y de nuestras almas aficionadas.

Han pasado dos días desde que la conjunción de estos hombres se consumara en una de las más fabulosas interpretaciones que se pueda hacer del toreo cuando se manda de frente, por derecho y con verdad. Hoy fue la continuación de tanta gloria, una vez materializa en épica, cuando el público emocionado les reclamaba la vuelta triunfal para encumbrarles como las grandiosas figuras que son y reconocerles como a soberbios titanes que sujetan los pilares taurómacos. Quienes no han intuido nunca lo que es torear, hoy lo han visto. Quienes no entendían los argumentos de la lidia, hoy conocen su sentido. Quienes no son aficionados, hoy era el día para el estudio de la física cuántica. Quienes lo son, hoy todo cobra fuerza y se agiganta, y no cabe en el pecho. Y con toros. Unos señores toros cuajados, de imponentes trapíos, de complicados comportamientos, de dificilísimas resoluciones, de casta seca que, aunque no pisaron los terrenos de las querencias, desbordaron en aprietos, obligaron a comprometidas situaciones y dejaron claro que el toreo era casi inadmisible.

Son cinco hombres para el recuerdo. Cinco toreros de los pies a la montera. A la cabeza, Javier Castaño, el diestro honrado que se la juega todas las tardes sinceramente y exprime hasta la última gota de posibilidad, como sucedió en su primera intervención tragando con las negativas a pasar de un incierto, parado, desafiante, pero muy orientado animal y al cual citaba dando el medio pecho para arrancar medios naturales, sortear derrotes de los que parten en dos, jugarse la cornada y no enmendarse un ápice. No se pudo estar mejor. Es Castaño un diestro generoso que deja exhibir la profesionalidad de sus subalternos; que ha sabido darles su sitio, su evolución y los ha puesto a disposición de la humanidad; que se ha descubierto como un sabio estratega que sabe ordenar y mandar porque en función de las cualidades de los ayudantes ha conseguido convertir una centuria en legión; y que grandiosamente les ha capacitado para el triunfo.

Hay quien ve en esta apuesta un problema para el aguerrido general porque tiene que repartir los vítores con sus centuriones. Precisamente, lo que se traslució en el mágico momento del quinto toro de la tarde fue más bien un equipo compacto en confianza y respeto máximo al hombre que ha impuesto el trabajo serio, la valentía en la batalla y el sosiego de la satisfacción. Después, pase lo que pase, la soledad del cuerpo a cuerpo está reservada para el matador y Castaño se enfrentó a un animal de mucha bronquedad, que entraba con su largura a medias en el engaño, que al tercer pase derrotaba, que se paraba para ser imposible. El diestro en su osadía se cruzaba a pitón contrarío mientras el animal soltaba un gañafón que le desgarró la nariz y pudo haberle arrancado la cabeza. Con tanta naturalidad, intensidad y desafío trascurrió la lidia que la gente pareció ver en el toro ciertas maneras incluso para el toreo. Nada más lejos. Castaño bien se enteró e hizo lo que tiene que hacerse: intentarlo por ambos lados, primero para sacar algunas tandas cortas con esfuerzo y dominio por el pitón derecho y después por el izquierdo en el que se descubrió un toro muy diferente, más desapacible y peligroso. Volvió a exponer de nuevo la otra mano cuando el animal ya estaba muy orientado en el cuerpo. Apuró hasta la última posibilidad con un riesgo pasmoso. Y una vez más no pudo concluir su soberbia actuación. Volvió a fallar con la espada. No se puede saber si esta frustración le pasará factura pero lo que sí se puede asegurar es que su colosal fuerza e inteligencia en esta feria valen más que cien conquistas.

Con el segundo nombre tenemos a Tito Sandoval para realizar el toreo a caballo más preciosita que se pueda imaginar. Se deja ver. Se pavonea. Maneja las riendas sin extraños. Llama; cita de frente; pasa; llama de nuevo; mueve la cabalgadura como si el jamelgo se tratara de un Pegaso alado; se arranca en provocación; desliza la vara; y coloca en sitio certero. Tanta exactitud y mérito fueron tan colosales como sus esperas caballerosas cuando era necesario que el animal regresara al peto y no tocarle cuando no se debía. Aquí empezó la intensidad a romper los corazones, porque no había pase que no se colocara con exactitud; no hubo capotazos; nadie se descolocó.

Las trascendentales tareas de brega eran sublimabas por Marco Galán que con suavidad de algodones echaba delicias al imponente animal para fijarlo, colocaba con majestuosidad el velo abierto a ras de tierra, giraba levemente la seda para que, sin ninguna ruptura del alado movimiento, el animal quedaba dispuesto. Hasta establecía la lidia a cuerpo limpio. Y jamás le rozó. Tal prodigio de originalidad, mesura y temple es digno de enorme admiración. Tanta como las que se merecen las gallardías de David Adalid y Fernando Sánchez que con sus personales estilos cautivaron por su elegancia, poderío y destreza. El primero, en el toreo de frente con compostura clásica, llamando con el cuerpo, andando donoso, dejando impetuoso; y el segundo, componiendo el paso de los corceles, en acompasado ritmo de piernas y palos, en su graciosa vistosidad, en apurar al máximo, en colocar al quiebro para salir altivo y en silencio.  

Surgió la magia. En la plaza no cabía más torería. Ni más orgullo de ser torero. Ni más afición. Y lo que tiene la magia y la torería cuando surge es que no se habla de otra cosa. Fernando Robleño y Luis Bolívar posiblemente también querrían hacer estado en la lista de los hombres victoriosos y, sin embargo, fuera se quedaron. Dejémoslo así. Así, en lo más hermoso, en lo más profundo del alma. 

sábado, 1 de junio de 2013

Crónica. Feria de San Isidro 2013. Penúltimo festejo.

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo segundo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 31 de mayo de 2013
Toros de Samuel Flores para los diestros Antón Cortés, Pérez Mota (que confirmó alternativa) y Rubén Pinar

¡Que no estamos receptivos!

Por Paz Domingo

Oiga, ¡que no estamos receptivos! ¡Que no! A ver si se enteran de una vez. Que no estamos por perder el tiempo, la afición y la salud conestos espectáculos asquerosos que ustedes preparan para mayor desastre de la fiesta. Que no queremos esta ganadería repleta de mansedumbre que juega a los experimentos selectivos en los que se deforma el tipo, se potencia la cornamenta de los cérvidos y se descasta la esencia por criterios de advenedizos, manipuladores y que encajan en la alta sociedad a la que le importa un bledo la autenticidad. Que no estamos dispuestos a justificar su fechoría porque unos toreros necesitados de sitio en el escalafón se jueguen el tipo delante de esos morlacos, aunque lo hagan con la mayor sinceridad. Que no aprobamos a tantos veterinarios, presidentes, empresarios y demás gurús de la posmoderna economía de mercado taurino que nos meten de matute esta basura. Que este cortejo con traje de seda y cola de pavo real no nos interesa. Que se enteren.

La cuestión es desmoralizante. Tanto como las pocas ganas en detallarla y más después de salir por los chiqueros el día anterior toros de materia precisa, única y verdadera en el valor universal de la fiesta. Era deplorable ver como se sucedían bueyes bajos de agujas, que topaban en terrenos de mansedumbre y berreaban en las contra querencias, que corrían como alocados ñus, que cortaban la atmósfera –incluso más que el frío viento-, que exhibían cuernos como alces rústicos, de esos que son muy bonitos para cortarles la cabeza y después ponerla en los museísticos salones de la finca del propio ganadero. El más impresentable de todos fue devuelto, sencillamente porque se necesitaba devolver algo de tanta chatarrería. Y salió un sobrero de Aurelio Hernando, un toro veragüeño con pelo en pecho, con capa hermosa, con seriedad, con los años cumplidos y con artrosis por falta de ejercicio. Gracias a que tenía ímpetu, cierta casta y difícil nobleza -la cual también se fue apagando- se impuso la ruptura y con ella la posibilidad de creer en la primera regla sustentada en la credibilidad que rige este espectáculo.        


En los primeros lances de muleta que Rubén Pinar retrasaba, aunque se colocaba cerca del sitio, el toro de capa antigua le empaló por la pierna, derribó al diestro y ambos quedaron en un duelo, cara a cara, en lucha angustiosa. Salieron del combate con pelo y traje rebozados en sangre, concluyendo la pelea por parte de los dos oponentes en parones que imponían el torero con su encimismo y el toro con su temperamento desorientado. Y esto fue lo más destacado de la tarde. Atrás quedaba Pérez Mota, un diestro que necesita curtirse en la brega pero que dejó algunos derechazos buenos y una elegancia para no descomponerse en tan traicionera encerrona. No tan cortés estuvo el diestro de homónima definición, porque no encajó las pitadas merecidas por tan infortunada actuación que consistió en confirmar y matonear, es decir, asesinar a traición a sus dos bichos con sendas cuchilladas. Demasiado discreto fue el respetable con este artista del pellizco puntual, además de muy agradecido a Mota y Pinar. Respecto al ganadero, mejor ni recordarlo.        

viernes, 31 de mayo de 2013

Crónica. Vigésimo primer festejo de San Isidro 2013

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo primer festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 30 de mayo de 2013
Toros de Adolfo Martín para los diestros Antonio Ferrera, Javier Castaño y Alberto Aguilar (que sustituía a Iván Fandiño)

Ya llegaron los toros

Por Paz Domingo
Ya llegaron los toros pero no se ataron todos los cabos. La corrida de Adolfo Martín fue en presentación una de las mejores que se recuerdan; en entretenimiento, una de las más completas; en expectación, tan esperadísima como en idénticas pasadas ediciones monocromas y fallidas; y en contradicciones, tan gratificante porque propone diversidad de juicios. Esta vez había toros muy parejos en caracteres y de parecida materia: casta sin rotundidad, enfrentamiento complicado, empuje discreto bajo los petos, con poder, mucha credibilidad y respeto que llegaron al último tercio mostrando una dureza tan reservona como aplomada, tan peligrosa como difícil, quizá ciertamente alejada de lo que es la esencia albaserrada por parte de madre y de saltillo por parte de padre. Y esta vez había toreros que les podían andar por derecho, siendo Javier Castaño y su cuadrilla los más claros exponentes de esta soberbia pelea catalogada a la antigua.  

Sucedió en el sexto ejemplar que cerraba la larga tarde torera después de dos horas de intensidad, cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas. El turno de lidia se había alterado en el quinto porque Javier Castaño había recibido una sutura de emergencia en su mano derecha y salió de la enfermería dispuesto a poner en lo más alto la maestría en el arte de lidiar toros. La cuadrilla con él. El toro acompañaba con aire de estampa añeja, con genio y defensas que se vuelven hacia los lomos, con el mismo color del cielo anochecido. El varilarguero toreaba a caballo, citando con la pica en alto, llamando de frente con desenvoltura. Protestó el veleto animal en el primer encuentro con el peto pero no se resistió a dos más porque el reclamo estaba bien colocado y la pelea bien medida. Los subalternos bregaban con temple y dejaban verse altivos en el cuerpo a cuerpo de las banderillas. ¡Qué hermoso es el toreo de frente!, el acercamiento gallardo; el miedo controlado; la exposición verdadera; el cite ponderado; el encuentro ganado; la fuerza vaciada; la retirada tranquila, la suerte bien hecha. Así fue tres veces.

Faltaba ponerle la muleta al cárdeno que alzaba su trapío desafiante. Fue a su encuentro Castaño. En los primeros lances iba desgajando uno a uno sucesivos naturales sacados a fuerza de poder, desafío y peligroso sitio. No se afligían ni uno ni otro. El animal irrumpía en desaires violentos que rebañaban la silueta del otro cuerpo cuando lo sentía cerca. El torero le esperaba sin rectificar. Ponía el engaño de nuevo perseverando, y aguantando, sin que los gañafones le quitaran del sitio. Era cuestión de poder. De poder a poder. De Castaño a Marinerito. De poder con el cuerpo cuando el miedo tambalea las piernas. De poder con la cabeza cuando se hace imposible controlar el instinto. De poder aguantar el aliento en el estómago. De poder tener alma torera.

Castaño, el torero descomunal de enfrentamientos verdaderos, lo había hecho todo salvo dar muerte a la primera. Salió vivo de la suerte después de pinchar y de que le esperaba Morenito con la lección aprendida y la cabeza altiva. Se apagaron los aires triunfalistas. No hubo oreja a una faena que en sí misma vale más que cien conquistas. Posiblemente a muchos les importe esta circunstancia tanto como a los pulcros presidentes que miden los trofeos según sus propias apetencias pero el caso es que Castaño disparó la valentía a cotas de grandeza y dio la vuelta al ruedo como general que pasa revista a su tropa.

El trofeo se lo había llevado Antonio Ferrera en su segunda actuación. El otro momento de la tarde. Más bien podría definirse como el momentazo porque no se había visto jamás unos tercios de tan larga duración en las crónicas pasadas (al menos en mi experiencia). Pueden echarle quince minutos en el primer tercio, más de veinte para el segundo y otro tanto para el resto. La cosa fue como sigue. El toro estaba bien presentado, también veleto, cornivuelto y de testuz acarnerada. Algo flojo parecía. Capoteó Ferrera airosamente, muy fresco y sin conceder terrenos rematando con media buena, arrollada y enroscada a su figura. Llevó al ejemplar galleando con mucha teatralidad agachando el cuerpo y arrastrando cuidadosamente el capote en forma de cebo en las pezuñas bovinas. Se arrancó. Le hundieron la vara en la columna vertebral. Derribó. El susto que se llevó el jinete provocó que Ferrera se empeñara en hacer las cosas como debían ser (él mejor que nadie sabe cómo hay que hacerlo, entre otras cosas porque lleva muchas corridas a sus espaldas con animales de esta temida naturaleza). Entendió bien las apetencias del público, tanto como el control de la situación. Daba órdenes de colocación al desorientado jinete que desobedecía sistemáticamente una y otra vez. No quería ni oír al maestro de lidia, ni llamar al toro cornivuelto, ni levantar la vara, ni hacer nada. Mientras Ferrera daba chicuelinas o galleaba vistoso. Tardó el toro en llegar de nuevo al segundo encuentro del peto y, cuando lo alcanzó, el caballero picó en el aire, atrapó en la carioca y aprovechó para rebañar un poquito.

Se descubrió Ferrera con arte para la representación dramática. Cogió palos y capote. Fue al centro del ruedo. Colocó la seda a modo de don Tancredo, o de tienda de campaña, como prefieran. Se dejaba ver. Se paseaba. El tiempo corría. Los minutos se alargaban. Se preparaba. Ponía garapullos. Jugaba a movimientos sensuales de cadera en la cara del toro y dejó, después de larguísimas pausas, un par al quiebro por los adentros bastante meritorio en ejecución, todo sea dicho. Los corazones empezaron a acelerarse tras dos tandas -más o menos ligadas y más o menos realizadas-. Nos enseñó la preferencia por los terrenos centrales que tenía el ejemplar de Adolfo Martín. Luego, le dio por el parón, por echarse encima y dejar una estocada en lo alto. La oreja cayó del lado de Ferrera, menos rústico que de costumbre y al que descubrimos facultades para la escena.  

Recurrió también a los tiempos muertos en la lidia del soberbio toro–recibido con aplausos- al que correspondió abrir plaza. Desaprovechó el pitón potable y los primeros instantes de recorrido para terminar ambos parados y escondidos en la puerta de chiqueros. Dejó una estocada desprendida y pedía con frenéticos espasmos la oreja que no concedieron. Uno saludó desde el tercio mientras el otro se fue en el arrastre sin que le hubieran aguantado lo que merecía.

La complicación del comportamiento del ganado dejó fuera de la escena a Alberto Aguilar que no pudo revalidar su heroísmo del pasado domingo. En su primera intervención retrasó la muleta, desaprovechó el lado bueno cuando el toro estaba dulzón, y ambos terminaron ensimismados, achicados y parados. Después, en el que hizo quinto en el orden de salida, se arrugó tanto en el intento de faena como se había desorientado la cuadrilla en los quehaceres de la lidia, circunstancia que permitió al animal enterarse, espabilarse y crecerse. Pasaron muchos apuros los subalternos en banderillas, obligados a poner una a una. Los mismos aprietos padeció el joven diestro que comprobó de buena mano que estos toros tienen mucha retranca cuando uno se descubre a la primera oportunidad. El toro no parecía tener tanta mandanga, como tampoco se podía creer que Aguilar no fuera capaz de hacer frente a la papeleta después de saber de su gran arrojo torero. Pero así quedó la cosa: en tablas.

Entre medias existió la fabulosa lidia al segundo de la tarde por la cuadrilla de Castaño, el más completo equipo en torería de cuantos circulan por el orbe de la tauromaquia. Le sacaron todo lo que pudieron de bueno al más terciado, abanto y protestado -por flojo- de la tarde. Las cosas se le pusieron muy difíciles al diestro que sorteaba gañafones directos al cuerpo en forma de ganchos pugilísticos. A pesar del riesgo que le puso no caló en los tendidos. Salió de la peligrosa aventura con un puntazo en la palma de la mano que descompuso mucho la colocación del estoque y que, después, le arrebató el triunfo pleno cuando la luz tibia del atardecer ponía luces tornasoladas.

Una vez más la corrida de Adolfo Martín tiene su polémica porque el círculo sigue sin completarse y el juego de los toros no convence con plenitud, pero ahora el guión era más apasionado, la interpretación protagonista más creíble y el desenlace, en definitiva, resultó poderoso.