martes, 21 de mayo de 2013

Crónica. Duodécimo festejo de San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 20 de mayo de 2013
Duodécimo festejo de la feria de San Isidro.
Novillada. Álvaro Sanlúcar, Gonzalo Caballero y César Valencia con novillos de la ganadería de Nazario Ibáñez.  

Ni las novilladas
Por Paz Domingo

Al terminar el paseíllo se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento ayer en Sevilla del diestro Pepe Luis Vázquez Garcés y fue lo más sentido de la tarde. Los novillos de Nazario Ibáñez bien presentados, aunque desiguales, mostraron mucha mansedumbre de salida, también cierta flojedad, se quedaron muy inciertos en las suertes que les prepararon y terminaron en una nobleza insulsa, adiestrada, incluso difícil de convencer con claridad. Hubo algunos ejemplares que recibieron palmas en el arrastre porque mostraron mucha gentileza en los últimos tercios, empujes bravucones bajo los petos toricidas y terminaron escasos de casta para lo que se requiere y convence.  Aun así, los novilleros no supieron hacer frente a un ejercicio que se podía resolver. Ya ni las novilladas ofrecen la expectación soñada para los aficionados. ¡Qué pena de fantasía perdida! ¡Qué pena por el adiós al maestro del toreo inmenso!

Y ayer nos dio a los aficionados por buscar en la memoria el recuerdo de algún aspirante a torero que se descubriera en las novilladas oficiales, incluso promocionales. Ya ha llovido, pensábamos. Sí, ya ha llovido (otro chubasco del trópico nos cayó también a las ocho) porque cada vez se hace más penoso comprobar cómo este lujo de oportunidades para los novilleros se ha convertido en un despropósito. Se puede perdonar la falta de oficio pero nunca este desastre organizativo de la empresa gestora en programar estos carteles para nóveles que sirven para rellenar el currículo torero; para dimensionar las imposibilidades que se realizan en el ajuste por lo bajo en el nivel de las ganaderías con la impericia de los ponentes; para concluir en una dramática evidencia que tanto nos desmoraliza a los aficionados.

Los tres novilleros de hoy tienen los mismos deslices que el resto del escalafón novilleril. Cuentan con un repertorio de toreo mecánico, aburridísimo y deficiente ejecución que no suplen ni con personalidad ni con avidez. La ambición, que cuenta y mucho, para que los pecados sean veniales, es un hándicap invisible, y de encontrarlo se vuelve en su contra porque se empeñan en profundizar en el toreo al revés. Los tres jóvenes así lo explicaron. Por mi parte, me creo en su determinación para ser toreros pero antes quería decirles a Álvaro, Gonzalo y César que el cite se hace dando el pecho, se manda embarcando y templando, se dibuja para adentro, se vacía también de idéntica manera, y sobre todo, queridos, la estocada al volapié se hace perfilándose en la suerte de frente, y como en el toreo se hacen los tres tiempos hasta dejar el estoque en la cruz, vaciándose y vaciando por supuesto.

No quiero dar cera a todos los ingenuos novilleros que en este mundo del diablo andan errantes buscando una “salida profesional”. Pero la salvación, que puede ser tan legítima como el futuro, para sus aspiraciones toreras tiene un único camino: hacer el toreo. También podéis olvidaros que con el paripé moderno y taurino se puede conseguir algo porque mirando el escalafón se puede ver perfectamente que hay muchos, muchísimos, por las alturas dándose codazos para tan pocas aventuras posibles. Y sí quiero exponer a cuerpo descubierto que la responsabilidad última la tienen aquellos que organizan estos espectáculos porque su única obligación está en los pliegos contractuales, aunque se esfuercen en su interés por la promoción de la fiesta; aquellos que andan a la caza y captura de posibles ingresos para poner a los chavales “a funcionar”; aquellos que les mienten enseñándoles las mentiras del toreo y olvidan las verdades; aquellos que les adulan con simplezas y luego no encajan las críticas porque se sienten emperadores romanos; aquellos que le echan la culpa a la subida de los impuestos y a la reducción de festejos pero que ganan lo mismo y más en el reducido beneficio; y a aquellos que tienen la responsabilidad de saber, enseñar, transmitir los mandamientos de la ley para luego desarrollar el arte de torear, el más heroico de cuantos el ser humano pueda soñar.

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