viernes, 17 de mayo de 2013

Crónica. Octavo festejo. San Isidro 2013



















Morante de la Puebla en su actuación al cuarto toro de la tarde. Fotografía de Paco Sanz


Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 16 de mayo de 2013
Octavo festejo de la feria de San Isidro. Morante de la Puebla, José Mari Manzanares y Jiménez Fortes, que confirma alternativa, con toros de Juan Pedro Domecq

Las leyes de Mendel
Por Paz Domingo
A estas alturas en conocimiento biológico de las entrañas del ganado bravo se puede asegurar que las leyes de Mendel, en las cuales se definían las particularidades de la herencia genética, necesitan urgentemente de un cuarto supuesto para excluir la dominancia de los guisantes arrugados. Este carácter recesivo ya ha tomado cuerpo absoluto y ha transformado el fenotipo bovino en un cuadrúpedo homocigoto de moderna generación filial cercano al antílope. El ejemplo está causando una prodigalidad en las cabañas bravas, muy empeñadas en rentabilizar el invento y venderlo caro, por supuesto para que lo alaben unos y lo paguen otros. El ganadero más astuto ha sido Juan Pedro Domecq, que ni era monje cartujo de Jerez ni agustino como Mendel, pero que presume desde lejanos tiempos de poner patente a su espectacular proceso de laboratorio en el que separa cromosomas y da espíritu a un individuo homocigoto, clonado y podenco, además de ser un poderoso motor de economías propias.
Pues seis de estos individuos homocigotos que discurrían por el ruedo del más importante instituto científico-taurómaco en el día de la entronización de la torería postinera -y entre protestas de algunos espectadores resistentes a la ingenuidad-, representaban a la perfección esa generación filial cercana en carácter a los ovinos; en morfología a las gacelas; en poder a los felinos domésticos; en sabiduría a los burros destacados; en resistencia al sometimiento a los gansos; en movilidad a los peces de colores; en casta a los dromedarios; en bravura a los rinocerontes. Y ahora díganme si no hay que tomar por las bravas y urgentemente la puesta en marcha de un nuevo cuarto supuesto mendeliano ya que el monje austriaco -como no salió del convento, ni tampoco fue aficionado a la fiesta española, ni intuyó lo que ya se cocía en las cartujas sureñas españolas desde siglos atrás-, no pudo descubrir a lo que llevaría la degeneración del guisante, como tampoco determinar la dominancia pertinaz de sus contraídas fisonomías, incluso de imaginar que sus transgénicas entrañas cotizaran por las nubes en la alta cocina de bravo.
A algunos poco parecía importarles esta conclusión empírica porque mandaban callar a quienes se habían dado cuenta que eso era guisante y no toro. Tan ufanos estaban por lo que les habían vendido. En definitiva, sus dineros iban dispuestos para esa media verónica famosa del maestro Morante, para ese empaque del revolucionario Manzanares, y para dejar chupando rueda a un pobre telonero llamado Jiménez Fortes. Y se produjo una algarabía grandiosa, tanto como si en el ruedo hubiera acontecido algo relevante para la discusión científica cuando en realidad aquello era un choteo bipolar: homocigoto con los caracteres recesivos-bovinos y heterocigoto con los caracteres dominantes-toreros.
¡Ese Morante! Ese que da medias como si las diera la Inmaculada Concepción. Ese que tiene un genio mitad poético, mitad bandolero. Ese artista al que ayer le perdonaron la gracia torera porque hizo un quite, y hasta dos gracias, después de haberle prendido fuego a ambos petardos que le habían escogido. ¡Ese Manzanares! Ese que va a acabar con el cuadro científico en las distancias estéticas sin arriesgar un ápice de su pulida presencia. Ese mismo que presume de blasón bicéfalo compuesto de juanpedros y cuvillos y no puede ni ejecutar la mínima como mandan los cánones de la tauromaquia. ¡Ese pobrecito de Jiménez Fortes! Ese que tenía la oportunidad de romper el cuadro flamenco ruinoso y se aquerenció para copiar a los cantaores.
Bueno, si ustedes quieren saber el número de insustanciales probaturas en redondo que dio Manzanares; o el ímpetu de Morante en el (auto) quite del perdón; o el nombre del animal que permitió la confirmación del invitado a la fiesta –llamado Jiménez Fortes- pues pueden hacer clic en las muchas crónicas especializadas en las excelencias de la fiesta de bien inmaterial. En mi caso, si me lo permiten, voy a merendarme unos guisantes arrugados en honor al monje mendeliano y a fumarme un puro de calibre superlativo a mayor gloria del gran Joselito. ¡Viva la genética! ¡Viva el Gallo!

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