lunes, 20 de mayo de 2013

Crónica. Undécimo festejo. San Isidro 2013

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 19 de mayo de 2013
Undécimo festejo de la feria de San Isidro.
Juan Bautista, Juan del Álamo y Diego Silveti con cinco toros de Fermín Bohórquez y uno de Carmen Segovia

El patio de mi casa es particular

Por Paz Domingo

“El patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás…”,  se cantaba jugando al corro. Pero no todos los patios son iguales, ni todos se mojan con justicia equitativa. Por ejemplo, en pleno Madrid, en Las Ventas del Espíritu Santo, allá por la calle Alcalá, entre el Parque de las Avenidas y la Fuente del Berro, dentro del barrio de Salamanca. Pues sucede que cuando el patio de la plaza de toros de Las Ventas se moja empieza a rezumar unos arrebatos de tirar la casa por la ventana que envuelven frenéticamente a quienes se encuentren en su abrigo protector. Si ha llovido estos días pasados, no significaba nada comparado con la granizada caída ayer sobre tantas cabecitas locas en este primaveral ciclo taurino y pasó que a casi todos los presentes les afectó más de la cuenta la chifladura. Se pusieron a pedir orejas al presidente y casi terminan con todos los apéndices de los astados.

Es cierto que en todos mis recuerdos en los patios taurómacos no había visto nada igual. He visto nieve. He visto llover a mares. He visto vendavales como ciclones. He visto solaneras devastadoras. Pero, nunca había comprobado lo que es capaz de hacer un pedrisco cuando cae a plomo. Se puede entender que quienes reciben el bombardeo sin piedad queden consternados en tiempo transitorio, pero no se explica que el presidente y demás asesores queden afectados pues están bien asegurados en el palco. Trinidad López-Pastor se conmovió de los apuros que estaban pasando los asistentes pero poco hizo por parar, o suspender, el festejo cuando el ruedo ya era una apuesta peligrosísima y los tres matadores habían decidido seguir.

En estos casos quien tiene la última palabra es el presidente. Nada ni nadie puede comprometer su decisión. Si sucede la catarsis meteorológica una vez que el toro esté en el ruedo, o iniciada la faena, nada se puede hacer salvo dar lidia y orden, como se pueda, con todas las precauciones del oficio. Y después se toman las medidas cautelares, si proceden. Y ayer sí procedían, porque el ruedo anegado de granizo era lo suficientemente peligroso como para haber actuado en consecuencia.

En vez de esto, al final de la faena entregadísima del mexicano Silveti al tercer animal sosainas que tenía por oponente bovino, en medio de los finos proyectiles disparados por el cielo con furia, frío y truenos, el público quería una oreja. Trinidad, generoso, se la dio. ¡Toma guate, que la disfrutes! Pues quizá para mí haya otra, debió pensar el director de lidia, Juan Bautista, porque ni corto ni perezoso se tiró a la piscina a nadar un rato. En su primera actuación no había dado ni un pase a otro insulso animal y hay que reconocerle que tampoco pisó el sitio bueno ni una sola vez como tampoco parece que tenga intención de hacerlo algún día.

El remiendo de la corrida saldría en cuarto lugar. Bien lo sabía el diestro francés que no quería dejarse en los chiqueros la suerte de las suertes: un toro de Carmen Segovia, y así poder realizar otra proeza de las suyas que consiste en aparecer en las estadísticas triunfadoras de los ciclos madrileños sin haber hecho nada destacable que lo acredite. Mientras el público de los tendidos andaba calado hasta los huesos por los pasillos interiores de la plaza, el ruedo estaba anegado y el cielo descansaba, Juan Bautista le daba soberbios mantazos repetidos a un animal de nobleza extraordinaria que ante tan escasa sabiduría y dominio se toreó a sí mismo. ¡Hay que tener suerte hasta para ser toro! ¡Hay que tener suerte hasta para ser aficionado! Va y sale un toro -cuando ya únicamente se reiteran en el ruedo postizas morfologías bovinas- y pilla a los interesados con el paso cambiado, lo justo para perderse la epopeya.  Le regaló también el presidente el apéndice pues dentro de su ecuanimidad no podía manifestar sus preferencias entre el hijo mayor y el pequeño.   

En el segundo animal -con las hechuras y las entendederas bravas, muy por debajo de lo que sería aceptable- sobresalió un torero salmantino, Juan del Álamo, con las facultades indicadas para ser un torero de importancia. Desplegó capote y nos dejó con el corazón abierto; se ponía a citar de frente y nos recordaba faenas memorables; hacía galleos por chicuelinas con el barro rozando los tobillos con tanto sabor que se intuye arte del bueno; y dio naturales con una buena colocación aunque fallara la profundidad en parte debida a la escasa ambición del cornúpeto. También hubo un regalo para Del Álamo en su actuación al quinto de la tarde, en la cual reiteró su buen capote, su buen gusto y su buena técnica. El papá presidente ya no le podía negar el trofeo al más torero de sus tres hijos. Y todos en paz.

Bueno, quizá todos no. A algunos aficionados les revientan los regalitos auriculares que se prodigan en tardes de granizo. A otros, que les tomen por tontos con tanta estadística mercantilista. A los más, pillar un resfriado que les dure hasta octubre. Incluso, los hay recios, de los que si ven a los que van diciendo por ahí que los toros del hierro de Bohórquez salieron la mar de bien, pues les sueltan dos frescas.

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