Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 9 de mayo de 2014
Primera corrida de la Feria de San Isidro 2014
Toros de Valdefresno para los diestros David Mora, Daniel Luque y Diego Silvetti.
Insondables
Por Paz Domingo
Arranca la feria como cabía esperar. Y cabía esperar que este desdibujado espectáculo taurómaco nos inunde de escepticismo. En los tendidos se percibió la deserción, también el agotamiento, incluso los oscuros nubarrones que se enseñorean por una afición a punto de evaporarse o romperse en estruendosa tormenta –que todo es posible-. En los ruedos el panorama es aflictivo puesto que en uno de los carteles más parejos en composición -los tres diestros también están a punto de disiparse si no estallaban en el torbellino del escalafón- se dejaron ver voluntariosos en el ánimo pero insondables en el toreo preciso, adecuado y certero. Por supuesto los animales de Valdefresno ayudaron porque estos atanasios de estirpe fueron impresentables por dentro y por fuera, algo así como inescrutables para el sitio, el toreo, la emoción, ganas y las inteligencia que hay que ponerle al desastre.
El primero en abril plaza ya quería marcharse saltando la barrera. Y no fue el único, muchos en los tendidos estuvieron a punto de hacer lo mismo y aún no había transcurrido ni medio minuto. La mansada se fue sucediendo. Mejor dicho, se fue creciendo en descarriada casta, en trotes desfallecidos y en parecidos remotos con su linaje. Dicen que los atanasios son fríos, que les cuesta entrar, que hay que hacerles las lidias adecuadas para aprovechar en la muleta la nobleza que se esconde en sus entrañas. Buenas faenas no les hicieron, pero tampoco las querían.
Y únicamente se trastocó la irremediable cadencia cuando el subalterno apodado El Algabeño aportó valentía y belleza en unos pares de banderillas prendidas con distinción para meternos por un instante también en la grandeza de este espectáculo desusado. La provocación se disipó fugazmente puesto que Luque, apercibido del ánimo que se le brindaba en bandeja, también de la única posibilidad potable en nobleza de todo el encierro, se fue buscando el centro del platillo para exponer la muleta al bies, el cuerpo en oblicuo, la pierna retrasada, el sitio descolocado, y quedó perfilado con un tornillazo del animal. Le desgarró la taleguilla y el diestro compungido por quedar sus vergüenzas a la vista, se embutió en unos tejanos y volvió a las equivocadas posiciones. El toro se creció en su bondad tontorrona y, entre mucho alivio y muletas de aquella manera, se creció el diestro en pases de flores en las afueras para cabreo del personal que ya se había hecho la composición de una oportunidad desaprovechada.
En su primera actuación de esta temporada, enésima parece en su trayectoria, Luque estuvo muy similar. Cierto que tenía menos toro pero sus maneras fueron las mismas, unas circunstancias que hacen pensar en qué méritos son los obligatorios para merecer tanta renuencia. Respecto a David Mora se quedó en torero de capote y alguna instancia para agradar a esta exigencia de Madrid. Pero el pecado fue más grande que la penitencia e insistió tanto en las maneras usuales e intranscendentes del toreo con dos toritos exhaustos y mansos –el primero con algún muletazo posible- que lo mucho insustancial de quedó en tremenda pesadez.
Muy parecida fue la actuación de Silveti con ese porte clásico y que acabó convirtiéndose en toreo de desconocimiento. A esa altura, con el crepúsculo tibio incitando a la deserción, se puso a dar manoletinas a un mansurrón de categoría -que propinaba algún desairado frenesí por el pitón izquierdo sin ton ni son- y terminó el diestro mexicano en los lomos del animal. También se equivocó en su valentía porque retó al descastado ejemplar con lo mismo, cuando hacía tiempo que se imponía un toreo de resolución. Quiso remontar la terrible lidia que se hizo al primer toro de su lote y, posiblemente también, la contrariedad de no decir nada ni toreando ni matando.
Es de comprender la consternación de estos hombres. Pero aunque los tiempos estén cambiando irremediablemente en la percepción de este universo extraño, hay tres cosas inapelables. Y son. Una: voluntad y conocimiento de torear como está ordenado en los cánones de la sabiduría taurómaca. Dos: Si la situación puede llegar a ser desesperada -porque en estos momentos no hay sitio para todos los aspirantes al nivel que ellos desean- pues no tienen más remedio que arriesgar con materia solvente. Por supuesto, ¡no con esto, señores! Y tres: Estos dos mandamientos se resumen en dos, “amararás a Dios sobre todas las cosas y a la afición como a ti mismo”.
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