Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 18 de
mayo de 2014
Décimo festejo de la Feria de San Isidro
2014
Cuatro toros de Couto de Fornilhos y 2 de
Gerardo Ortega para los diestros Paulita, Morenito de Aranda y Sebastián Ritter
Todos los toros son primos
Por Paz Domingo
Hace treinta años el semanario satírico El cocodrilo hacía las delicias de los
estudiantes de periodismo. Su mordacidad nos deslumbraba. Su atrevimiento sacaba
de quicio a la clase política y monárquica hasta el punto que algunos números
de aquel extraordinario ejercicio de audacia dirigido por Eugenio Suárez fueros
secuestrados –literal- aparte de la gran cantidad de expedientados que
acumularon en dos años de activismo en formato tabloide. Recuerdo uno de ellos,
objeto de las iras institucionales y que desapareció de los lugares de venta
improvisados a la entrada de la facultad provocando una gran consternación entre
todos. El titular de su primera página rezaba: “Todos los reyes son primos”, a
propósito de un viaje oficial del rey Juan Carlos a su “prima” la reina Isabel
de Inglaterra, o al revés. Aquella genialidad le costó sudores al semanario
pero los que éramos asiduos a su desparpajo aún recordamos esta genialidad “genética”.
Hoy la evoco como rotunda, y no es para
menos después de tanto aburrimiento. La ganadería anunciada era la portuguesa
Couto de Fornilhos y había despertado cierta expectación en algunos
aficionados, muy muy aficionados, aquellos que aún recuerdan, o evocan, un
sobrero –casi veinticinco años atrás- al que Fernando Cámara le hizo faena de
puerta grande. Pero lo de esta ganadería portuguesa, o de nombre portugués y
sociedad española, debe ser agua que movió molino, porque lo que se dice casta
y bravura no la desarrollaron, haciendo suponer que han sido objeto de algún
secuestro político, también intensivo, pues afecta a casi todas las dehesas, y más
silencioso de cuantas se hayan practicado. A las pruebas me remito: con
mansedumbre a manos llenas; con cuernos astifinos y postizos, tan parecidos a platanitos
diseccionados uniformemente, tan desarrollados que ni Dios se creería tal
plenitud de cornamenta; con flojedades de carácter, acometida y humillación, próximos en destartale morfológico a los mamíferos del Cretácico…
Y todos iguales. Lo mismo da que sean de
aquí o de allí, de divisa con pedigrí o de las que se han refrescado con sangre
plebeya, de las páginas de cuché o las aventajadas en especialización. Así, el
amplio muestreo de la plaza de toros de Las Ventas de Espíritu Santo viene a
recordarnos que todos los toros son primos, aparecen como tales y se comportan
como tales. El problema puede ser de gravedad para los más avezados en líneas y
estirpes pues imagínese si cree que está viendo un condeso cuando en realidad
es un saltillo, en el peor de los casos, claro está.
Hay quien asegura que este asunto peliagudo
de la ausencia de identidad entre encastes y ganaderías es porque el secuestro
de la materia relevante se está haciendo a la japonesa y no a las claras, es
decir, que en vez de ponerse en huelga los genes sanos se está inundando las
planicies de sucedáneos más cómodos a ver si cuelan. Pero, cuidado, que en
cuestiones bravas y hereditarias un tropiezo con un canto puede provocar un
corrimiento de tierras. Y después que las leyes de la naturaleza han hablado se
hace imposible insistir para que te borren el pasado.
La corrida se remendó con dos toros de
Gerardo Ortega, de los que encajaban en todo perfectamente. Y lo que encaja
matemáticamente en casi todo lo que vemos salir por toriles es de una transferencia
unicelular aplastante porque en el caballo, en la lidia, en la casta, en el toreo, se
evidencia como nada de nada. Nada bueno por supuesto. Y nada se pudo hacer por
parte de un Paulita que anda crecido en ganas y discreto de facultades. Nada resolvió
la templanza y seguridad que mostrara Morenito, ni su destello de algo, ni su
insistencia en el aburrimiento que casi le cuesta que le echen el toro a los
corrales. Y nada concluyó para Ritter que sigue porfiando en potenciar esa
frialdad, un valor seco que corona su blasón pero al que no adorna con técnica
y consciencia.
Una tarde, queridos primos, para no
volver más a ninguna parte y menos a casa del tío. Hasta más ver, cocodrilo… Y un regalo para el abuelo...
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