lunes, 19 de mayo de 2014

Crónica. Décimo festejo. Feria San Isidro 2014

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 18 de mayo de 2014
Décimo festejo de la Feria de San Isidro 2014
Cuatro toros de Couto de Fornilhos y 2 de Gerardo Ortega para los diestros Paulita, Morenito de Aranda y Sebastián Ritter

Todos los toros son primos
Por Paz Domingo

Hace treinta años el semanario satírico El cocodrilo hacía las delicias de los estudiantes de periodismo. Su mordacidad nos deslumbraba. Su atrevimiento sacaba de quicio a la clase política y monárquica hasta el punto que algunos números de aquel extraordinario ejercicio de audacia dirigido por Eugenio Suárez fueros secuestrados –literal- aparte de la gran cantidad de expedientados que acumularon en dos años de activismo en formato tabloide. Recuerdo uno de ellos, objeto de las iras institucionales y que desapareció de los lugares de venta improvisados a la entrada de la facultad provocando una gran consternación entre todos. El titular de su primera página rezaba: “Todos los reyes son primos”, a propósito de un viaje oficial del rey Juan Carlos a su “prima” la reina Isabel de Inglaterra, o al revés. Aquella genialidad le costó sudores al semanario pero los que éramos asiduos a su desparpajo aún recordamos esta genialidad “genética”.

Hoy la evoco como rotunda, y no es para menos después de tanto aburrimiento. La ganadería anunciada era la portuguesa Couto de Fornilhos y había despertado cierta expectación en algunos aficionados, muy muy aficionados, aquellos que aún recuerdan, o evocan, un sobrero –casi veinticinco años atrás- al que Fernando Cámara le hizo faena de puerta grande. Pero lo de esta ganadería portuguesa, o de nombre portugués y sociedad española, debe ser agua que movió molino, porque lo que se dice casta y bravura no la desarrollaron, haciendo suponer que han sido objeto de algún secuestro político, también intensivo, pues afecta a casi todas las dehesas, y más silencioso de cuantas se hayan practicado. A las pruebas me remito: con mansedumbre a manos llenas; con cuernos astifinos y postizos, tan parecidos a platanitos diseccionados uniformemente, tan desarrollados que ni Dios se creería tal plenitud de cornamenta; con flojedades de carácter, acometida y humillación, próximos en destartale morfológico a los mamíferos del Cretácico…  

Y todos iguales. Lo mismo da que sean de aquí o de allí, de divisa con pedigrí o de las que se han refrescado con sangre plebeya, de las páginas de cuché o las aventajadas en especialización. Así, el amplio muestreo de la plaza de toros de Las Ventas de Espíritu Santo viene a recordarnos que todos los toros son primos, aparecen como tales y se comportan como tales. El problema puede ser de gravedad para los más avezados en líneas y estirpes pues imagínese si cree que está viendo un condeso cuando en realidad es un saltillo, en el peor de los casos, claro está.

Hay quien asegura que este asunto peliagudo de la ausencia de identidad entre encastes y ganaderías es porque el secuestro de la materia relevante se está haciendo a la japonesa y no a las claras, es decir, que en vez de ponerse en huelga los genes sanos se está inundando las planicies de sucedáneos más cómodos a ver si cuelan. Pero, cuidado, que en cuestiones bravas y hereditarias un tropiezo con un canto puede provocar un corrimiento de tierras. Y después que las leyes de la naturaleza han hablado se hace imposible insistir para que te borren el pasado.

La corrida se remendó con dos toros de Gerardo Ortega, de los que encajaban en todo perfectamente. Y lo que encaja matemáticamente en casi todo lo que vemos salir por toriles es de una transferencia unicelular aplastante porque en el caballo, en la lidia, en la casta, en el toreo, se evidencia como nada de nada. Nada bueno por supuesto. Y nada se pudo hacer por parte de un Paulita que anda crecido en ganas y discreto de facultades. Nada resolvió la templanza y seguridad que mostrara Morenito, ni su destello de algo, ni su insistencia en el aburrimiento que casi le cuesta que le echen el toro a los corrales. Y nada concluyó para Ritter que sigue porfiando en potenciar esa frialdad, un valor seco que corona su blasón pero al que no adorna con técnica y consciencia.


Una tarde, queridos primos, para no volver más a ninguna parte y menos a casa del tío. Hasta más ver, cocodrilo… Y un regalo para el abuelo... 


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