Plaza de toros de Las Ventas.
Madrid, 20 de mayo de 2013
Duodécimo festejo de la feria de San Isidro.
Duodécimo festejo de la feria de San Isidro.
Novillada. Álvaro Sanlúcar, Gonzalo
Caballero y César Valencia con novillos de la ganadería de Nazario Ibáñez.
Ni las novilladas
Por Paz Domingo
Al terminar el paseíllo se guardó un
minuto de silencio por el fallecimiento ayer en Sevilla del diestro Pepe Luis
Vázquez Garcés y fue lo más sentido de la tarde. Los novillos de Nazario Ibáñez
bien presentados, aunque desiguales, mostraron mucha mansedumbre de salida,
también cierta flojedad, se quedaron muy inciertos en las suertes que les
prepararon y terminaron en una nobleza insulsa, adiestrada, incluso difícil de
convencer con claridad. Hubo algunos ejemplares que recibieron palmas en el
arrastre porque mostraron mucha gentileza en los últimos tercios, empujes
bravucones bajo los petos toricidas y terminaron escasos de casta para lo que
se requiere y convence. Aun así, los
novilleros no supieron hacer frente a un ejercicio que se podía resolver. Ya ni
las novilladas ofrecen la expectación soñada para los aficionados. ¡Qué pena de
fantasía perdida! ¡Qué pena por el adiós al maestro del toreo inmenso!
Y ayer nos dio a los aficionados por
buscar en la memoria el recuerdo de algún aspirante a torero que se descubriera
en las novilladas oficiales, incluso promocionales. Ya ha llovido, pensábamos. Sí,
ya ha llovido (otro chubasco del trópico nos cayó también a las ocho) porque
cada vez se hace más penoso comprobar cómo este lujo de oportunidades para los
novilleros se ha convertido en un despropósito. Se puede perdonar la falta de
oficio pero nunca este desastre organizativo de la empresa gestora en programar
estos carteles para nóveles que sirven para rellenar el currículo torero; para
dimensionar las imposibilidades que se realizan en el ajuste por lo bajo en el
nivel de las ganaderías con la impericia de los ponentes; para concluir en una
dramática evidencia que tanto nos desmoraliza a los aficionados.
Los tres novilleros de hoy tienen
los mismos deslices que el resto del escalafón novilleril. Cuentan con un
repertorio de toreo mecánico, aburridísimo y deficiente ejecución que no suplen
ni con personalidad ni con avidez. La ambición, que cuenta y mucho, para que
los pecados sean veniales, es un hándicap invisible, y de encontrarlo se vuelve
en su contra porque se empeñan en profundizar en el toreo al revés. Los tres jóvenes
así lo explicaron. Por mi parte, me creo en su determinación para ser toreros
pero antes quería decirles a Álvaro, Gonzalo y César que el cite se hace dando
el pecho, se manda embarcando y templando, se dibuja para adentro, se vacía
también de idéntica manera, y sobre todo, queridos, la estocada al volapié se
hace perfilándose en la suerte de frente, y como en el toreo se hacen los tres
tiempos hasta dejar el estoque en la cruz, vaciándose y vaciando por supuesto.
No quiero dar cera a todos los
ingenuos novilleros que en este mundo del diablo andan errantes buscando una “salida
profesional”. Pero la salvación, que puede ser tan legítima como el futuro, para
sus aspiraciones toreras tiene un único camino: hacer el toreo. También podéis
olvidaros que con el paripé moderno y taurino se puede conseguir algo porque
mirando el escalafón se puede ver perfectamente que hay muchos, muchísimos, por
las alturas dándose codazos para tan pocas aventuras posibles. Y sí quiero
exponer a cuerpo descubierto que la responsabilidad última la tienen aquellos
que organizan estos espectáculos porque su única obligación está en los pliegos
contractuales, aunque se esfuercen en su interés por la promoción de la fiesta;
aquellos que andan a la caza y captura de posibles ingresos para poner a los
chavales “a funcionar”; aquellos que les mienten enseñándoles las mentiras del
toreo y olvidan las verdades; aquellos que les adulan con simplezas y luego no
encajan las críticas porque se sienten emperadores romanos; aquellos que le
echan la culpa a la subida de los impuestos y a la reducción de festejos pero
que ganan lo mismo y más en el reducido beneficio; y a aquellos que tienen la
responsabilidad de saber, enseñar, transmitir los mandamientos de la ley para
luego desarrollar el arte de torear, el más heroico de cuantos el ser humano
pueda soñar.
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