Cuarto festejo de la feria de San Isidro 2013
Imagínese que esto es Francia
Por Paz Domingo
Dicen que en Francia se dan corridas de toros como deberían ser, con ganaderías solventes en potencial genético bravo, variadas en encastes, fuertes de fama y tronío entre todas las que abundan; con la resurrección de la suerte de varas realizada con los cánones ortodoxos de las distancias, ejecuciones y sucesivas entradas; con la presencia de los diestros en función de su vocación, maestría y resolución. Dicen que son los empeños de los aficionados los que exigen sencillamente que esto se cumpla así. Dicen, también, que el país vecino está viviendo su particular edad de oro de la tauromaquia, que la fiesta de los toros se refugia en sus tierras sureñas, que son muchos los que emigran al país vecino en busca de la emoción ya perdida en nuestra patria; y que no hay crisis del espectáculo, ni de la fiesta, ni de gustos, ni de posibilidades.
El cuarto festejo de la feria taurina más trascendental – madrileña, no lo olvidemos- podría ser uno de los carteles preparados en tierras galas. La expectación entre los aficionados no distingue de fronteras pero la realidad es que algo se confabula aquí o allí. El caso es que todos tenemos el mismo material genético heredado del simio y evolucionado en razonamiento. Varios ejemplos. El ganadero Escolar es una apuesta segura en la Galia torista. Los diestros que hicieron paseíllo en la tarde de ayer se han consagrado en héroes verdaderos por aquellos territorios. La suerte de varas no sabe de fronteras pirenaicas desde que los compendios taurómacos describieran su importancia para la lidia de toros bravos. Entonces, no entiendo que en la bella Francia se pueda hacer y aquí no. ¿Son más guapos? ¿Tienen mejor gusto? ¿Pagan mejor? Si alguien lo sabe…
Si usted estuvo en esta tarde dominical en la plaza de Madrid constatará, quizá sorprendido, que no se produzca algo relumbrante cuando hay toros, toreros y afición, circunstancia que parece darse como incuestionable en el terruño francés. Extrañeza provocó el ganadero Escolar con un encierro de mucha nobleza, sin asperezas, sin mucho tipo descomunal, sin bronquead, sin sobreabundancia de fuerzas. El potencial de los animales era justo, aunque sobrado de casta, pero no sé qué les vieron los jinetes que visten castoreño y armas toricidas para practicarles la sapiencia moderna del deslome en monopuyazos. Los toros se quedaban parados muy pronto en las faenas a pesar de fabulosa humillación y suavidad de las arrancadas. Pero, -y aquí viene la extrañeza- los oficiantes toreros tomaron demasiadas reservas, porfiando en los terrenos perfileros, en los muros de la muleta, en no bajar la mano, en cortar las embestidas, en frenar la posibilidad de mando, en los arrimones innecesarios, en algo así tan certero como que aplicaban la técnica fajadora cuando se imponía el torero cruzado, con dominio bajo, con remate atrás.
Esta incomprensión de lo que acontecía en el ruedo condujo a la confusión en los tendidos. Estaban los que lo tenían claro y protestaron lo suyo, sobre todo cuando los matarifes a caballo dejaron la firma de la suerte horripilante. Y estaban los que veían la porfía de algún diestro en un triunfo para cortar apéndice. Sé que no puedo acercarme ni a unos ni a otros y me arriesgo a contarles lo que vi. Yo vi que Rafaelillo no estaba allí. No supo mirar de frente a un nobilísimo animal que le demostraba fijeza y cualidades de manos bajas y terrenos que superar. Hipnotizados los protagonistas, según sus circunstancias, hicieron tablas a la par. Uno en los adentros aburridísimo de tanto freno con la muleta; el otro estancado en la simulación. Pero las vergüenzas de este torero, fajador de otros momentos, quedaron expuestas en la irrealización de su segunda anti faena. ¡Tienes un toro!, le decían. Y lo tenía. Y se lo dejó inédito por un inmoral tesón en esconderlo, de un desconcertante afán por parar su embestida y de una inquietante desazón cuando la felicidad se esfuma. ¡Y cómo mató el maestro murciano! Ni en sus peores sueños, ni en los nuestros, sería posible tal ejecución.
Arrastraban a este cuarto encastado animal con aplausos, cuando al público aficionado le dio por pensar en lo buena gente que era después del nivel de falta de competencia en esta corrida cuya complicación se trataba de aguante y de colocación certera. Así que cuando los picadores del quinto y sexto ejemplar salieron al ruedo con sus armas asesinas se manifestaron las protestas. Por supuesto que los jinetes se las ganaron a conciencia porque sus actuaciones parecían dirigidas a la sincera provocación. Pues bien, cuando arrastraban a este cuarto animal ya se habían consumado las posibilidades para los tres hombres. Alberto Aguilar, y algunos otros asistentes, manifestaban su contradicción porque no le concedieron un triunfo en la presunta faena que consistió en dejar sin picar a su entregadísimo y flojísimo ejemplar, en confundir el temple con acelerones al principio y cautelas después, en no seguir con el breve intento de bajar y correr la mano. Después, con la tarde terminada, insistió en las probaturas y, sobre todo, en las irresoluciones con un animal soberbio de estampa que fue recibido con aplausos y despedido inédito al desolladero.
A Fernando Robleño le he dejado para el final sin otra razón que el hacer una conclusión de lo que en definitiva fue este complicado análisis. Le protestaron mucho al diestro la faena que desarrolló al segundo de la tarde. La gente vio más la codicia del animal que la dificultad que iba adquiriendo a medida de la lidia. Pero Robleño fue generoso, muy generoso. Dejó unos ayudados soberbios de inicio y, después, cuando le asaltaban las dudas, la falta de entendimiento y la maestría del hombre experimentado, mostró su corazón abierto mientras que los aficionados preferían la grandiosa condición del animal. Bueno, al torero le faltó exigir más tino y esmero a los picadores en vez de sendas actuaciones ingratas realizadas como una vara descomunal a su primer toro y dos deslomes impresentables a su segundo, al cual Robleño le aguantó poco, retrasó la muleta y tiró la toalla de mando ante las protestas del citado toro y, también, las del público que veía más posibilidades de toreo que los propios maestros.
Toros de José Escolar: En general bien presentados, más justos los tres primeros y más correctos los siguientes. Algunos en pura morfología ‘asaltillada’. Fueron encastados, muy nobles, con fijeza, con recorrido y humillación. Todos se fueron inéditos de ejecución y mal picados. 3º y flojos y 6º más bronco. El 4º fue aplaudido en el arrastre.
Rafaelillo: estocada que hace guardia (silencio); pinchazo, estocada desprendida y tendida, aviso. Fernando Robleño: aviso, estocada caída y tendida y en el estertor de la muerte desarmó y persiguió al diestro por el redondel (saludos desde el tercio); Bajonazo en la paletilla (silencio). Alberto Aguilar: estocada contraria perdiendo los trastos, algunos pañuelos de petición de oreja que terminaron en saludos desde el tercio; pinchazo y estocada caída y tendida.
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