Feria de San Isidro 2013. Vigésimo segundo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 31 de mayo de 2013
Toros de Samuel Flores para los diestros Antón Cortés, Pérez
Mota (que confirmó alternativa) y Rubén Pinar
¡Que no estamos receptivos!
Por Paz Domingo
Oiga, ¡que no estamos receptivos! ¡Que no! A ver si se
enteran de una vez. Que no estamos por perder el tiempo, la afición y la salud
conestos espectáculos asquerosos que ustedes preparan para mayor desastre de
la fiesta. Que no queremos esta ganadería repleta de mansedumbre que juega a
los experimentos selectivos en los que se deforma el tipo, se potencia la
cornamenta de los cérvidos y se descasta la esencia por criterios de advenedizos,
manipuladores y que encajan en la alta sociedad a la que le importa un bledo la
autenticidad. Que no estamos dispuestos a justificar su fechoría porque unos toreros
necesitados de sitio en el escalafón se jueguen el tipo delante de esos
morlacos, aunque lo hagan con la mayor sinceridad. Que no aprobamos a tantos
veterinarios, presidentes, empresarios y demás gurús de la posmoderna economía
de mercado taurino que nos meten de matute esta basura. Que este cortejo con
traje de seda y cola de pavo real no nos interesa. Que se enteren.
La cuestión es desmoralizante. Tanto como las pocas ganas en
detallarla y más después de salir por los chiqueros el día anterior toros de
materia precisa, única y verdadera en el valor universal de la fiesta. Era
deplorable ver como se sucedían bueyes bajos de agujas, que topaban en terrenos
de mansedumbre y berreaban en las contra querencias, que corrían como alocados ñus,
que cortaban la atmósfera –incluso más que el frío viento-, que exhibían cuernos
como alces rústicos, de esos que son muy bonitos para cortarles la cabeza y
después ponerla en los museísticos salones de la finca del propio ganadero. El
más impresentable de todos fue devuelto, sencillamente porque se necesitaba
devolver algo de tanta chatarrería. Y salió un sobrero de Aurelio Hernando, un
toro veragüeño con pelo en pecho, con capa hermosa, con seriedad, con los años
cumplidos y con artrosis por falta de ejercicio. Gracias a que tenía ímpetu, cierta
casta y difícil nobleza -la cual también se fue apagando- se impuso la ruptura
y con ella la posibilidad de creer en la primera regla sustentada en la credibilidad
que rige este espectáculo.
En los primeros lances de muleta que Rubén Pinar retrasaba,
aunque se colocaba cerca del sitio, el toro de capa antigua le empaló por la
pierna, derribó al diestro y ambos quedaron en un duelo, cara a cara, en lucha
angustiosa. Salieron del combate con pelo y traje rebozados en sangre, concluyendo
la pelea por parte de los dos oponentes en parones que imponían el torero con
su encimismo y el toro con su temperamento desorientado. Y esto fue lo más
destacado de la tarde. Atrás quedaba Pérez Mota, un diestro que necesita
curtirse en la brega pero que dejó algunos derechazos buenos y una elegancia
para no descomponerse en tan traicionera encerrona. No tan cortés estuvo el
diestro de homónima definición, porque no encajó las pitadas merecidas por tan
infortunada actuación que consistió en confirmar y matonear, es decir, asesinar
a traición a sus dos bichos con sendas cuchilladas. Demasiado discreto fue el
respetable con este artista del pellizco puntual, además de muy agradecido a
Mota y Pinar. Respecto al ganadero, mejor ni recordarlo.
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