Feria de San Isidro 2013. Corrida extraordinaria de Beneficencia
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 5 de junio de 2013
Ganadería de Valdefresno (remendada con 2 toros de la
ganadería de Victoriano del Río) para los diestros Juan José Padilla, Morante
de la Puebla y Sebastián Castella
Abordaje a lo filibustero
Por Paz Domingo
El reiterado petardo histórico para la gran corrida de
Beneficencia tuvo en esta edición muchos nombres propios y entre todos protagonizaron
como filibusteros, enardecidos y hambrientos de tesoros, el fabuloso abordaje
del galeón indefenso anclado en la deriva y a punto de hundirse en las calurosas
aguas turquesas. Y como sucede en todo asalto cuerpo a cuerpo, ideado para
estos guiones cinematográficos que tanto se aprecian en esta posmodernidad de la
piratería, el equipo corsario soltó un cañonazo por la popa que dejó al navío contrario
listo para el hundimiento en vertical.
Dicen las malas lenguas que hubo un fantástico baile en los corrales
madrileños. El desembarque de patrullas con mercancía de batracios con entrañas,
presentaciones y cornamentas devaluadas, se sucedía sin límite. Se apañaron como
pudieron. Se remendó la corrida con dos fenómenos que aportó el ganadero
triunfador de la pasada edición en su mismo estilo personal sobre la crianza de
supuestos toros de lidia y que consistió en mansos de recorrido plano sin nada para temer
ni desarrollar, salvo la molienda que les puedan propinar por tontos. Y parecer
ser, que algo sucedió. El presidente Muñoz Infante que estaba dispuesto para la
encerrona planeada desapareció a la orden de cese inmediato. El lugarteniente
Trinidad López-Pastor se hizo cargo del timón y se supone que con órdenes precisas
para mantener el orden en el plató, además de no devolver ni a uno solo de esos
figurantes con aspecto de toritos melancólicos que con tanto esfuerzo se habían
conseguido recolectar.
Por orden de actuación, apareció abriendo plaza el
comandante Padilla bajo una ovación incomprensible porque el vendaval que definía
hace tiempo al impetuoso personaje se ha trasformado ahora en solanera
insoportable. Tras haberse dedicado en cuerpo y alma al ponderado discurso en
los altos foros, a Padilla le ha dejado de interesar la batalla, que no el asalto. La
fama le ha hecho recapacitar en su osadía. Mientras, alentado por el espíritu de
Frascuelo intenta desenvuelto el toreo periférico del mando inexistente, pretende
porfía para dejar apacible su talento y consuela con su improductiva torería a
quienes le quieran ovacionar, ver y escuchar. Aunque se llevara un susto, que
se lo llevó, cuando ambos protagonistas -el cuarto bovino desventurado y el fenómeno
de patilla recortada- peleaban en sus desventuras por asegurar quién sacaba la
cabeza del agua. Pero los dos quedaron asidos a una nadería en medio del
océano.
Después apareció el cautivador de la torería andante llamado
Morante y apodado de la Puebla. Mitad poeta, mitad bandolero, conformado en
divinidad cuando desplegó capote para suministrar maná al pueblo elegido de gorda corbata con
dos medias preciosistas, un apunte verdadero de toreo a la verónica y sacar su
coraje dormido para endilgar una faena que prometía acabar con el cuadro. Y casi
termina con él, porque su desatino con el estoque ya trascendía en bronca irrefrenable
en los tendidos poblados de incondicionales. Los mismos que disponen
esperanzas, bolsillo y garganta para muchas espantadas fabulosas y algún
esporádico arte. Si la media de Morante bien vale una misa, pues que repiquen
con tiempo el día señalado, -dicen los demás no tan insobornables-, que allí irán
como contribuyentes piadosos del cepillo parroquial, hartos ya de
aguantar tantos sermones banales a la espera de la trasfiguración.
Ni Morante pudo devolver la horizontalidad al navío
escorado, ni Castella poner el broche a la nefasta tarde con su ya habitual manera
de entender el insustancial dominio siempre acampado en el centro del ruedo para
después trajinar en la desorientación, ausentarse del entendimiento bovino y dejar
ver al mundo su flemática figura de misticismo fingido. Tuvo algo más de
materia en el sexto animal descastado que terminó con el cuadro bucanero, pero el
maestro le propuso pases cambiados por detrás y también por delante, en
circular y en las afueras, a diestro y siniestro. Ahí quedó el aburrimiento completo.
Tan enviciada está la cosa de la lidia de los toros que
ya parece difícil una tabla de salvación que saque de las profundidades el buque
naufragado y pueda ponerlo de nuevo a flote. No es más que una fiel
reproducción novelesca de aquellas historias de filibusteros que surcaban los
mares del Sur, cometían mil abordajes, se retaban con bravuconadas por el dominio absoluto, se
respetaban por su carácter sanguinario, llevaban pata de palo, se emborrachaban
en la cantina guarecida y enterraban tesoros en oscuros paraísos.
Ayer, amigos, era tarde de comparaciones. De nostalgias. De
verdades. Del reflejo de esta España cañí. Un palco que no tenía desperdicio
pero tan enjundioso que no puedo resistirme a su descripción. En representación
de “la más alta institución del país”, según se asegura, se encontraba la infanta
aficionada, muy bien escoltada por su ya mediático secretario personal y su jefe de
comunicación muy atento a las proyecciones también telemáticas. Flanqueada
estaba Elena a su derecha por el presidente de Madrid, el mismo que un día fue
responsable directo de los asuntos taurinos y que ahora, como propietario de
hecho de la plaza madrileña, no le interesa un pimiento ni la plaza, ni las nefasta
gestiones que él avala, ni la verdad, ni abordar la regeneración y limpieza de
las aguas caribeñas ya putrefactas. A su izquierda, Wert, el
ministro amante de la tauromaquia, el mismo ideólogo que se ha propuesto un
plan de salvación para mayor gloria de la gran familia taurina pero que ha cerrado
a cal y canto el patio de butacas a los interesados verdaderamente por el futuro. También, en
un rinconcito aparecía la delegada del Gobierno autonómico y que, por cierto,
casi presenciaba en directo uno de los más formidables conatos de rebelión
aficionada. Y digo casi, porque ella iba a lo que iba: a ver a Morante y punto.
Ella y el resto. Y a todos les importa la fiesta, -de verdad, de verdad-, un
pepino.
Eso sí, salieron de la plaza echando humo. La gran ovación
se la llevó el maestro Paula, emboscado en el tendido alto del 7 (que como saben es el público condenado al
ostracismo por aficionado, molesto y protestón) y que se dio a ver después de
que las posibilidades de Morante se diluyeran como la espuma. Saludó derbordando torería al respetable. Y porque estos
aficionados saben hacer las cosas y mantener la calma, si no hoy estaríamos hablando
de cómo procesiona un lobo de mar de otra época. Algunos estaban dispuestos a todo, como evidentemente se vio.
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