sábado, 1 de junio de 2013

Crónica. Feria de San Isidro 2013. Penúltimo festejo.

Feria de San Isidro 2013. Vigésimo segundo festejo.
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 31 de mayo de 2013
Toros de Samuel Flores para los diestros Antón Cortés, Pérez Mota (que confirmó alternativa) y Rubén Pinar

¡Que no estamos receptivos!

Por Paz Domingo

Oiga, ¡que no estamos receptivos! ¡Que no! A ver si se enteran de una vez. Que no estamos por perder el tiempo, la afición y la salud conestos espectáculos asquerosos que ustedes preparan para mayor desastre de la fiesta. Que no queremos esta ganadería repleta de mansedumbre que juega a los experimentos selectivos en los que se deforma el tipo, se potencia la cornamenta de los cérvidos y se descasta la esencia por criterios de advenedizos, manipuladores y que encajan en la alta sociedad a la que le importa un bledo la autenticidad. Que no estamos dispuestos a justificar su fechoría porque unos toreros necesitados de sitio en el escalafón se jueguen el tipo delante de esos morlacos, aunque lo hagan con la mayor sinceridad. Que no aprobamos a tantos veterinarios, presidentes, empresarios y demás gurús de la posmoderna economía de mercado taurino que nos meten de matute esta basura. Que este cortejo con traje de seda y cola de pavo real no nos interesa. Que se enteren.

La cuestión es desmoralizante. Tanto como las pocas ganas en detallarla y más después de salir por los chiqueros el día anterior toros de materia precisa, única y verdadera en el valor universal de la fiesta. Era deplorable ver como se sucedían bueyes bajos de agujas, que topaban en terrenos de mansedumbre y berreaban en las contra querencias, que corrían como alocados ñus, que cortaban la atmósfera –incluso más que el frío viento-, que exhibían cuernos como alces rústicos, de esos que son muy bonitos para cortarles la cabeza y después ponerla en los museísticos salones de la finca del propio ganadero. El más impresentable de todos fue devuelto, sencillamente porque se necesitaba devolver algo de tanta chatarrería. Y salió un sobrero de Aurelio Hernando, un toro veragüeño con pelo en pecho, con capa hermosa, con seriedad, con los años cumplidos y con artrosis por falta de ejercicio. Gracias a que tenía ímpetu, cierta casta y difícil nobleza -la cual también se fue apagando- se impuso la ruptura y con ella la posibilidad de creer en la primera regla sustentada en la credibilidad que rige este espectáculo.        


En los primeros lances de muleta que Rubén Pinar retrasaba, aunque se colocaba cerca del sitio, el toro de capa antigua le empaló por la pierna, derribó al diestro y ambos quedaron en un duelo, cara a cara, en lucha angustiosa. Salieron del combate con pelo y traje rebozados en sangre, concluyendo la pelea por parte de los dos oponentes en parones que imponían el torero con su encimismo y el toro con su temperamento desorientado. Y esto fue lo más destacado de la tarde. Atrás quedaba Pérez Mota, un diestro que necesita curtirse en la brega pero que dejó algunos derechazos buenos y una elegancia para no descomponerse en tan traicionera encerrona. No tan cortés estuvo el diestro de homónima definición, porque no encajó las pitadas merecidas por tan infortunada actuación que consistió en confirmar y matonear, es decir, asesinar a traición a sus dos bichos con sendas cuchilladas. Demasiado discreto fue el respetable con este artista del pellizco puntual, además de muy agradecido a Mota y Pinar. Respecto al ganadero, mejor ni recordarlo.        

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