lunes, 6 de octubre de 2014

Crónica. Feria de Otoño

Al tercer pase
Por Paz Domingo

Se puso fin a la inconsciente feria otoñal madrileña con la certeza al ver cómo este mundo extraordinario muere por inanición. Los aficionados ya se marchan de los tendidos muy a pesar suyo, pero a los responsables esto les trae al pairo ya que el objetivo de limpiar expedientes en el escalafón, abonos a saldo y toros en los corrales y dehesas estaba cumplido. Otra oportunidad perdida. Otra que cuenta a la baja irremediable.
La corrida de Adolfo Martín estuvo bien presentada, pareja, cuajada y con una media de kilos en torno a 480 kilos por cabeza, además de una floja potencia en el corazón y en las entrañas. En general, los animales tuvieron pocos arrebatos en los caballos, llegaron al último tercio necesitando un cable para arrancarles del suelo, haciendo necesario que se porfiara en los sitios adecuados e intentar tandas pequeñas y cortas. Esto, que resulta incomprensible para los toreros de técnica moderna y para los públicos triunfalistas, era lo que se debía haber hecho. Sin embargo, los diestros –con diferentes medidas, distancias y compromisos- quedaban desbordados al tercer pase, además de contrariados y expuestos a la deriva.
El diestro con más pericia fue Diego Urdiales que con su torero basado en clasicismo y dimensión de esfuerzo dejó algunos naturales pespunteados. Tras una formidable estocada el público pidió la oreja en un abrir y cerrar de ojos, circunstancia que cogió al vuelo el presidente, también a la velocidad de crucero. Si es de recibo o no el triunfo de Urdiales no merece la pena darle vueltas, quizá sea una gran recompensa para este torero riojano de buena materia torera, de gran seriedad en los compromisos en esta plaza, pero al cual le falta dar un pequeño pasito en su temperamento y en su capacidad de trasmisión. Se torea como se es, decía Belmonte. Con seguridad no le falta razón. Pero la voluntad de Urdiales es mucha y debe encauzarla hacia la rotundidad, una vez que ya hemos visto su maestría.
Un ejemplo lo tenía en la terna. Uceda Leal es lo que todo torero quiere tener. Capacidad en todos los tercios; estética de altura con el capote; estoconazos de récor;  planta inmejorable; y todo el público entregado a su plenitud que ni él mismo ni el destino han podido asegurar. Tuvo un toro para ponerse a torear con la muleta. Dejó ir la suerte, una vez más. En su segunda actuación salió agraciado con un avisado y peligroso animal que se fue enterando a marchas forzadas y basadas en la impericia de realizar una lidia de antaño. Alivió.
Y lo que son las cosas de la vida y de la muerte –taurinamente hablando- el gran estoqueador no lo fue. Le superaron sus compañeros de terna, incluso el diestro nacido en Cataluña, Serafín Marín, que con la espada estuvo bien y fue lo más potable de sus actuaciones. Insufrible en la primera, porfió en los empaques perfileros y en los acompañamientos superfluos. Insustancial, por supuesto. Pero la suerte la tenía de cara con el sexto ejemplar, el más claro en la muleta, el más convincente de entrañas y que coqueteó en bajo los petos. Ahogaba en las distancias, intentaba el torero bueno, se esforzaba en la colocación, pero al tercer pase quedaba, como los demás, al filo de lo imposible. Es decir, intentando citar de pico con la muleta retrasada para que el animal hiciera por él, -evidentemente- y le propinara una voltereta. Salió del trance enfadado pero con las mismas escasas resoluciones. Al público le dio igual. Al toro se le arrancó el pabellón auditivo, cuando no era necesario desmerecer con esta afrenta.
A quien no estuviera en la plaza hay que puntualizarle que tras el cuarto toro -imposible en la toreabilidad, que no en la lidia-, salió un zambombo herrado con la divisa de El Puerto de San Lorenzo, un mulo sobrecargado de mansedumbre, al cual Diego Urdiales se empeñaba en darle algún pase insistiendo en los medios cuando al ánimo del animal le pedía el cuerpo ni pelea ni medio trapo. En este punto estaba la discusión entre los aficionados. ¿Por qué Urdiales no escuchó las apetencias del toro? ¿Por qué dudó? ¿Por qué no da ese paso que tanto le hace falta y que únicamente en Madrid se reconoce? Quién sabe. Son las cosas del querer. O del destino. O del momento. En mi retina flota la tarde de su actuación en Madrid en la pasada isidrada, con toros del mismo hierro, aunque de una potencialidad rotunda. El torero riojano arrancó unos naturales que bien valen la admiración por este incomprendido arte, pero porfió en los terrenos de chiqueros una faena que debía haberse ejecutado en los medios solariegos que exigía. Diego Urdiales ayer cumplió, aunque muchos queremos más.
Y, por si alguien se da por aludido, los aficionados lo que no queremos más es esta urticante feria de desechos; de mentiras; de personalidades que son de andar por casa –o quedarse en la misma-; de resultados engañosos; de bovinos impúdicos; de plañideras que velan la espumosa cultura mientras se limpian la decencia con ella; de responsables políticos y sociales que consienten esta engañifa; de pagar para seguir alimentando esta desvergüenza. A este punto hemos llegado. Los aficionados ya no sabemos que nos conviene exigir, si un golpe de gracia o pasarnos a las filas enemigas. Y en eso estamos, descolocados después del tercer pase.

Dominfo, 5 de octubre de 2014. Plaza de Las Ventas. Madrid.
Cuarto festejo de la Feria de Otoño.
Toros de Adolfo Martín para los diestros Uceda Leal, Diego Urdiales y Serafín Marín.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Crónica. Las Ventas.21 de septiembre

Reliquias de un mundo que muere
Por Paz Domingo

La afición de Madrid estaba entusiasmada. Los lejanos pablosromeros volvían, aunque fueran subtitulados como encaste minoritario. Pero la cortesía de los amantes enamorados de la fiesta brava es cabal como no podía ser de otra manera en estos corazones de cultura absoluta. Es decir pabloromero y allá que va la afición a darse un gusto al cuerpo y empuje al alma torera. El banquete daba comienzo en el apartado matinal y concluía en noche cerrada bajo nubarrones que terminaron por refrescar el ambiente en la retirada a casa. Entremedias reaparecían los bellos ejemplares con lomos nevados y grisáceos, de estampa altiva y estilismo armonioso; de parejas y discretas fisonomías; y también de casta, aunque no rotunda, ni posiblemente tampoco de provocar locuras en esta desventurada fiesta. Pero casta, ya lo creo y como también lo afirmo.   

Los tres diestros que componían el cartel pretendieron cumplir con el compromiso adquirido, incluso dejar algún apunte estilista. Sin embargo, la difícil papeleta de epatar ante estos altaneros animales quedó menguada por la escasez de recursos, de no estar placeados; de no imponer el dominio; de abandonar a los ejemplares a las armas toricidas de caballeros arteros; de no dar lidia de control; de no resolver con inteligencia; en definitiva, de tener voluntad para intentarlo pero sin poder rematar en la cadera. Para aquellos aficionados y aficionadas que ya han visto muchas cosas por este mundo del diablo, la valentía de estos tres toreros es infinitamente superior – por supuesto inalcanzable- a la de los figurantes del alto escalafón de la tauromaquia del pasito atrás, de la pierna robótica, de las afueras siderales, de los toritos bonachones, de inmaculadas orgías, y de mentiras que ya ni llenan la plaza. Porque esa es otra cuestión. Los tres toreros de la tarde de pablosromeros no llevarían mucha gente a los tendidos pero tampoco la echan con sus atracos a muleta cargada.  

A los toros se les recibieron con aplausos por su magnífica presencia. Incluso, se les despidieron en el arrastre con reconocimiento. Tuvieron en general su faena. También su genio en el caso de algunos. También su bravura, en unos casos muy evidente. Y su mansedumbre. Y su lidia, aunque casi nadie apostó por esta banalidad. Y su complicación. Y sus lidias inexistentes y en terrenos equivocados. Incluso hubo aficionados que salieron satisfechos porque no se cayeron. Los tres diestros se quedaron muy cortos en resolución. José María Lázaro estuvo en estilista con su destacable muñeca y temple, aportó voluntad y se dejó cruda la muleta. Quizá, a estas alturas ya se ha dado cuenta del gran error de incluir en su cuadrilla al jinete matarife –que para guasa se llama Cordero- que perpetró sendos asesinatos –unos titulares y otros de rebote- a dos cárdenos en forma de deslomes tras horripilantes varas percutoras, que barrenan y hacen palanca a la velocidad del rayo y a la altura de los riñones.

Así pues, los hermosos cárdenos, de lomos plateados que le cayeron en suerte a Lázaro se fueron al desolladero inéditos. Y los dos de Pérez Mota, que desaprovechó un toro de faena sin compromiso y un toro con sus cuatro letras: hermoso, bravo, noble y de triunfo. Le dio una buena serie inicial y se acabó, pues es lo que pasa cuando uno enseña las cartas y el contrincante acredita que el apostante va de farol. Hay que reconocerle su voluntad de hacer las cosas, pero a los aficionados esto nos sabe a cuerpo quemado o pitón pulverizado. Respecto a Rubén Pinar su intervención fue al revés: de más a menos y de menos a la nada. Empezó con técnica lidiadora, circunstancia que se agradecía, en la lidia de un tercer ejemplar que tuvo su faena sin excesivos compromisos, a pesar de que el toro manseaba, apechugaba y se rajaba a la velocidad cambiante de los fogonazos de un rayo. Pinar insistió mucho y mal, ya que porfió en el tercio cuando se trataba de alejar al pródigo carácter de las tentaciones. En la última intervención de la tarde el diestro albaceteño no quiso ni ver al pabloromero de más genio altivo y ambos se fueron por el camino de sus pasos inéditos y sin consistencia taurómaca.

Una tarde de reliquias en un mundo que muere. Las huellas de la grandeza de este espectáculo están remotamente escondidas en las entrañas de este encaste minoritario y olvidado, en la valentía obligada de los toreros que sacan de la necesidad una peripecia; de esta grandiosa afición que no se merece el noventa y nueve por ciento de bodrios que le preparan como si compusieran su obituario. Veo cosas raras en este mundo que se muere. Veo a las mismas autoridades en semejantes asientos privilegiados con iguales irresponsabilidades y con idénticas malas gestiones. Veo caras conocidas y tristes. Veo extrañas salidas del armario –léase tendido como referencia-. Veo algunos viejos amigos. Y veo sus oscuros pensamientos. Es decir, que ya veo demasiado.

Plaza de toros de Las Ventas.
Madrid, 21 de septiembre de 2014. Toros de Partido de Resina para los diestros José María Lázaro, Pérez Mota y Rubén Pinar.

Posdata: Les enlazo a las crónicas de las dos últimas corridas de los pabloromeros publicadas en este soporte digital. Que se diviertan.  

“Hoy estamos de suerte”. Por Paz Domingo. (22 de mayo de 2011) https://sites.google.com/site/toroaficion/san-isidro-2011/san-isidro-2011-13-festejo

 Que vienen los ‘pabloromero’. Por Paz Domingo. (22 de abril de 2010)

lunes, 8 de septiembre de 2014

Sobre la corrida de Moreno Silva en Madrid

Reaparición

Por Paz Domingo
Los saltillos de Moreno Silva reaparecían en Las Ventas para expectación de los escasos aficionados que quedan en este mundo de remota bravura. También, yo misma regreso a este soporte digital después de mucho tiempo de apatía taurófila. Y sin ánimo de hacer comparaciones -que como bien se sabe, suelen ser odiosas-, aprovecharé esta anécdota para establecer alguna similitud porque mucho tienen que ver, en mi opinión, los escasos recursos y alicientes que se invierten en la fiesta auténtica pues consiguen desmantelar entusiasmos poderosos, llevarse por delante todo caballero andante que se precie y provocar aflicciones difíciles de remontar entre aquellos pobres locos que pretenden desfacer entuertos y defender a su dama de dragones y encantamientos.

La sucesión de saltillos resultó desigual de presencia y de casta dejando flojos los ánimos, lejanos los recuerdos de aquella novillada vibrante y portentosa que nos regaló el ganadero hace unos años en San Isidro. Las explicaciones de los admiradores de los morenosilva a esta decadencia en los resultados de sus toros son muchas, según se lee en las redes sociales y en las críticas, pero posiblemente haya que buscarlas en la desatención a la fiesta o en la falta de seguridad en un escenario repleto de protagonismos comerciales y nada exigentes con la verdad.

Desde aquel derroche de casta y bravura el quijotesco criador de saltillos prácticamente no ha lidiado en territorios de la piel de toro; se ha dejado ver algo en plazas sureñas francesas; y, en definitiva, ha quedado sepultado por su apasionado instinto idealista. Ante estas circunstancias, el héroe se repliega, retrocede su posición, flaquea el ánimo, se oscurece su coraje. Y el cansancio se hace evidente pues no se atiende como se debiera a la empresa, a la inversión, al instinto y a los resultados.

Se sucedieron ejemplares desiguales en presentación de más a menos, y también en resultados en cuanto a casta se refiere. Hay que puntualizar que casta tuvieron, hasta mucha se podría asegurar, incluso no pisaron los terrenos de chiqueros, salvo en última instancia el toro que se lidió en sexto lugar que apuntó maneras barbeando las tablas de salida. El comportamiento también varió. Quedó el segundo con la nota más alta en bravura, casta de la buena, nobleza repetidora y prontitud en las acometidas, incluso contó con el factor suerte pues cayó en el lote de Encabo, el cual pudo saborear unos buenos lances con el capote, demostrar oficio en la posesión con la muleta, más varios trincherazos con clase y algún natural. Sin embargo, dejó a Soriano –cárdeno aldiblanco-  insuficiente de dominio, con un tercio de banderillas en las postrimerías de la buena colocación y le faltó ajustar la distancia correcta. Con el segundo de su lote, el diestro madrileño se escondió. El toro resultó más incierto, aunque algo tendría que ver que el matador le desatendió bajo los petos y se le diera lidia de alivio, aunque fuera Ángel Otero el encargado de ofrecérsela.

Marcos Serrano, nacido en Nimes, confirmaba alternativa en Madrid con un animal precioso de lámina y de esencia buena en las entrañas, que empujó en el caballo y que se fue al desolladero con un magnífico pitón izquierdo desaprovechado, muchos pases sin sustancia y con una casta de utilización inédita. El polémico quinto de la tarde fue a caer en su lote. Se le protestó de salida por la justeza de presencia, aunque su tipo era de coqueto saltillo. La mayoría de la afición creyó ver falta de materia en el animal porque al contacto con la vara se desentendía alocadamente. Pero se trasformó, sin que nadie se lo propusiera, persiguió el engaño con listeza y puso en el mayor de los apuros a Serrano que tenía ningunos recursos para pararlo y templarlo. Dos toros en definitiva de importante consideración para realizar el toreo, aunque para algunos no estuviera tan claro. Y si está permitido una ligera observación, sería deseable que el diestro apuntara maneras en la suerte suprema en vez de salir despavorido envuelto en sus propias turbulencias, tirar el engaño y dejar el hocico del inocente animal pespunteado a navajazos.  

Joselillo ganó la partida en desorientación torera. Al tercero le dio capea. El animal -que necesitaba cintura para depurar su relativa fijeza- se maleó a conciencia pues las compañías del peto toricida y las reservadísimas maneras toreras del diestro hicieron posible el desacierto. Con el último saltillo, el más anodino del encierro, también el más hondo de hechuras, permaneció desbordado en pases aéreos. Concluyó con el estoque por debajo del aprobado.

A estas alturas de la tarde –y del ánimo- muchos se fueron decepcionados por los ansiados saltillos. La corrida, al margen del recuerdo y de clasificaciones míticas, tuvo su interés. Y hasta su grandeza, si se tiene en cuenta que la engloban en esa piadosa catalogación de encastes minoritarios y que hay que dar salida para que las críticas a la abusiva competencia en un mercado único sean inoperantes. Es cierto que el festejo podía haber salido mejor en resultados, pero hay que ponerse en escudo grisáceo que envuelve la armadura de estos viejos hidalgos; imaginarse a lomos de su rocín flaco; salir al alba para desfacer entuertos; y salvar a la dama en apuros, deshonrada por malhechores, acosada por algún que otro dragón y encerrada tras imponentes almenas. Lo dicho. Hay que ponerse en su lugar.

Plaza de toros de Las Ventas.
Madrid, 7 de septiembre de 2014. Toros de Moreno Silva para los diestros Luis Miguel Encabo, Marcos Serrano y Joselillo.

martes, 10 de junio de 2014

Crónica del último festejo de San Isidro 2014

Buenos y extraños miuras

Por Paz Domingo

Terminó la feria taurina más larga de cuantas se puedan programar y está visto que no es la mejor en resultados. Agotados ya, arrastramos los cuerpos y las almas después de tanto suspenso, de incontables tardes ayunas de credibilidad. Miura volvía a Madrid después de nueve años. Reverdecía la afición y se puso el cartel de no hay billetes para ver los ejemplares de la legendaria ganadería que fundara el más famoso de los sombrereros hace 165 años. Sus toros altivos, correosos, metódicos en sus peculiaridades y tan suyos que no hay quien los entienda, atraen al personal. Sin embargo, estos miuras no parecían miuras porque salieron alejados del prototipo temperamental propio de la casa. No se encampanaban. No se volvían sobre la grupa como cuerpo fustigado. No estudiaron incansables derrotes.

Los miuras eran miuras bonitos y contenidos de genio, de presentación impecable, cárdenos todos, bien rematados y con cabezas considerables, incluso algunas parecían cuidadas con fundas protectoras. También con casta, cierta bravura y creíbles para las faenas de muleta. Por ejemplo, tres de ellos: segundo, tercero y cuarto, hicieron las delicias exigentes de los aficionados. Los tres recibieron aplausos en el arrastre y pusieron la media del examen en un notable alto para el regreso de la mítica divisa. Estos tres toros se repartieron como buenos hermanos entre los tres diestros. Uno para cada uno, y ninguno de los tres puso el rumbo adecuado para sobreponerse a la nobleza, casta, acometividad y posibilidad de dominio. El que más gustó fue el segundo ejemplar. Se lanzó a los petos tres veces, superando la distancia progresivamente y también empujando cada vez menos, poniendo la discusión en un tono muy alto sobre la diferencia que existe entre ir al caballo y que se empuje contra la cabalgadura, un debate que queda para otro momento.  

A estas alturas ya se ha hablado mucho de los escasos resultados que obtuvieron los diestros ante animales de posibles, y que en el fondo no deja de ser una contradicción pues es en Madrid donde se valoran las proezas. Únicamente queda resaltar la gran talla de la cuadrilla a las órdenes de Javier Castaño, que aguanta carros y carretas en este afanado universo taurómaco. Precisamente, la afición propuso una ovación a Marco Galán para que se desmonterara en reconocimiento de su extraordinaria capacidad para lidiar pues es un lujo ver cómo la exhibe con técnica, inteligencia y discreción. En estas dos últimas temporadas han dado una gran lección y ojalá les dejen seguir haciéndolo.

Se cierra por esta temporada un ciclo ferial que desgraciadamente no ha servido para ganar terreno a la decadencia, ni ha ofrecido valentías, ni sorpresas, ni soluciones. En fin, un tiempo valioso que se ha esfumado como la espuma. Y si quieren buscar culpables, búsquenlos donde se dejan ver, que no se esconden. Pero, no echen la culpa de esta decrepitud que destruye la fiesta a los aficionados que pagan por un espectáculo decente. Y no se olviden, que sin afición no es posible la recuperación.     

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid, 8 de junio. Trigésimo primer y último festejo de la Feria de San Isidro 2014. Toros de Miura para Rafaelillo, Javier Castaño y Serafín Marín.

sábado, 7 de junio de 2014

Crónica. Los Victorinos. San Isidro 2014

La afición, ¡presente!

Los afectos al toreo adulterado no sabían qué argumentar de la corrida que presentó en Madrid el simpar ganadero Victorino y ponían mucho énfasis en asegurar que el toro cárdeno –que salió en quinto lugar, con 538 kilos- y de nombre Majito no era una alimaña, que no servía para la muleta, que era tan manso que no había lugar para el lucimiento de Antonio Ferrera. Fue un auténtico patetismo ver cómo estos gurús de la posmodernidad del toreo hacían del arte de la mentira la sublimación del padrenuestro.

El día anterior habían proclamado el toro de la feria al animal que hizo tercero en orden de lidia de la ganadería del Puerto de San Lorenzo. Ya tenían confeccionada la lista para el premio y no la cambiarán, por supuesto. Pero a lo que llamaban bravura, nobleza y casta estos adictos de la probatura del círculo taurómaco el día anterior, ayer apostillaban que los cárdenos toritos traían mansedumbre, bronquedad, peligro sordo y demás apóstrofes que fueron colocando sin rubor ninguno gracias a su gran talento embaucador. Y la realidad, que siempre supera a la ficción, era que los victorinos empujaron en el caballo, algunos quedaron deslomados por los terribles varetazos que recibieron; que tres resultaron apañaditos para el toreo; que los otros tres eran fenómenos de resistencia al sometimiento con bravura y casta, necesitados de dominio, de lidia buena en la cara; que llenaron los corazones y las esperanzas de quienes ven en este espectáculo emoción, técnica e inteligencia. Y lo más hermoso fue ver a estos animales cómo buscaban incansables el engaño, persiguiendo su instinto, vivaces, con un descomunal criterio, en una infinita acometida.

Pero la afición de Madrid estaba allí. Llenó la plaza sin necesidad de beneficencias, toreros majos e indoctas sabidurías. Y esta afición – a la cual estos gurús embusteros se quieren cargar porque les da la gana torera- certificó que los todos los animales que fueron desfilando en el ruedo merecían aplausos, y hasta ovaciones, en el arrastre. Todos empujaron de diferentes maneras en el caballo y eso que esta sufrida afición se quedó sin verlos bien bajo los petos, a pesar que se desgañitaban para que los maestros colocaran a los animales en la distancia y acorde con las ansias de bravura que cada uno portaba. Esta afición de Madrid, única en el mundo parece, también escondida, cuando sale un toro por la puerta de chiqueros ya sabe que es un toro, señala, observa, asiente y reverencia y lo proclama como si fuera su propio rey. Esta afición de Madrid, ayer ¡presente! vio toros para quitarse los sinsabores de puertas grandes sin olés, de casquerías de toreros de alcurnias y de entronizaciones insuficientes y, por igual, pasaba por sus mentes aquel Ruiz Miguel y cómo sabía hacerle las cosas bien a los victorinos. 

Eso es lo que se ha oído siempre. A los toros del ganadero de Galapagar, listo como él solo y como los ratones coloraos, cuando salían tobilleros, listos, de los avispados, de los que se enteran, de los que aprenden al primer muletazo, de los que persiguen, de los que planean, de los de profundidad intensísima, de los que saben vender muy caras sus entrañas, pues había que hacerles las cosas bien. Y, para los que no vieron aquellas faenas y no sepan en qué consiste la sabiduría de controlar la resistencia al sometimiento que aportan estos poderosos animales, hacer las cosas bien es someter al primer muletazo, colocar la muleta sin titubeos ni ensayos de pitones, cachetear certero en la cara, no descansar y, lo más difícil, aguantar el sitio y exponer verdad.

Es lo más difícil, cierto. Pero, Ruiz Miguel, y algunos pocos más, nos dijeron que había lidia para estos animales de resistencia plena al sometimiento, que podía haber talento para esta pasada de casta, que era posible el enfrentamiento verdadero de un hombre con un toro en igualdad de capacidades y fuerzas. Por tanto, esta denostada afición de la plaza de Madrid sabe que a unos victorinos, como los descritos en esta tarde de marras, que no eran alimañas, ni broncos, ni  adolecían de mansedumbre, había que hacerles la lidia adecuada. Ni más, ni menos.

A Uceda Leal le tocaron dos animales buenos para lucirse toreando, de los que llegaron a la muleta del gusto de los afectos al posmodernismo, pero como se ha empeñado en no hacerlo pues hasta la vista. A Antonio Ferrera le cayó en gracia y en maldición un victorino de cada clase. El cárdeno que hizo segundo fue con todos los honores aprovechable, como se dice ahora. Le pidieron a Ferrera que colocara bien el toro al caballo y que, por favor, lo hiciera con vocación. Puso sus correspondientes banderillas a estilo remanguillé y practicó la descolocación en los terrenos de chiqueros y en las afueras de los viajes de una posibilidad para aprovechar, y que no hizo.

Después de esta lidia, salió Vengativo, convirtiéndose en el rey de la fiesta. Su codicia fue creciendo proporcionalmente a las imprecisiones de Aguilar que aunque muy valiente, con gran decisión, no pudo poner en su sitio a este animal encastado y crecido en conocimientos y terminó desbordado y sufridor de su desacierto. Mató como pudo. Y salió el cuarto que desesperó al personal porque Uceda le dio el visto malo y se escondió en el callejón. El quinto, Majito, con un remate espectacular y un hermoso lomo plateado, terminó apoderándose de la plaza, del alcalde y del pueblo. Era impresionante ver la acometida del animal tras la muleta y del pulso incansable que mantenía con su instinto. Pero Ferrera cometió traición y se puso a darle trasiego desconcertante otra vez en la puerta de chiqueros. Intentó el trasteo, pero mal. Lo que procedía era lidia en la cara y no en mantazos que despiertan el mal genio. Así entero el animal y repleto de resabiada sabiduría, dio una lección de carácter y de casta porque se impuso al acoso de los diestros que impedían la muerte altiva que se merecía. Dio una cornada al puntillero, se levantó con inusitada energía, lentamente aguantó en un hilo la agonía y la plaza puesta en pie ovacionaba la grandeza de un animal único en el mundo y que es capara morir con una dignidad propia de dioses.

Al final, estuvo Aguilar aperreado –como decían los clásicos- con un toro imponente en genio y complicación. En estos casos no bastan las valentías, ni las heroicidades, pues se hacen necesarias las técnicas y las reminiscencias de aquel Ruiz Miguel que con una inusual maestría ponía firme al más pintado de los victorinos. En cualquier caso, los toreros de esta tarde son mucho más toreros, más valientes, más hombres y más dioses que cualquiera de las figuritas que exponen nada y lo quieren todo.

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 6 de junio de 2014
Vigesimonoveno festejo de la Feria de San Isidro 2014.

Toros de Victorino Martín para Uceda Leal, Antonio Ferrera y Alberto Aguilar.

viernes, 6 de junio de 2014

Triunfos verduleros

¡El tigre no es vegetariano!

Por Paz Domingo

Cuidado con el tigre, que no es vegetariano. Sí, cuidado, porque algunos le están alimentando de lechugas y cualquier día la voracidad de su instinto se le revolverá en el estómago, se le hará levantisca, se le revelará contra la mano que le da de comer tan insípido manjar. Reunirá las pocas fuerzas que le queden, asestará un zarpazo devastador contra su domador, saltará a su yugular, amarrará la pieza cobrada contra el suelo, se precipitará sobre las vísceras blandas al olor de la sangre fresca, para finalizar engullendo de un mordisco, sin respirar, sin masticar, al sumo cuidador de tan portentosa figura felina.
Sí, presten cuidado a las tonterías en forma de verdurita precocinada que le dan de comer a la bestia. Me refiero a regalitos en forma de puerta grande, de orejitas verduleras, que gratuitamente le están echando a las fierecillas del escalafón. Cuidado, tengan mucho cuidado con los avisos en forma de carteles que informan de que la alimaña es carnívora, no vaya a ser que se encuentren con un golpe mortal y se vean en el foso que digiere sin triturar. Déjense ya de pamplinas y follajes. Que comparar una lechuga con un filetón de kilo es como pretender que la fiesta de los toros se va a salvar con estas beatíficas mentiras en forma de cogollitos verdes. No contrasten lo que no es. Las dos puertas grandes que ha traspasado Perera no son ni remotamente comparables con las obtenidas por César Rincón y José Tomás en similares y numéricos triunfos. No confundan la verdad, señores. ¡Déjense de salchichas vegetarianas! A la hermosa bestia de la creación se le está descolgando la badana y rayando su magnífica presencia. A la hermosa fiesta de los toros la quieren alimentar con lechugas y al tigre no le queda otra que elegir: o se colapsa por hambre y duerme la placidez de los justos; o salta al pescuezo de su torturador y se lo merienda sin decir esta boca es mía. Pueden elegir lo que más les interese porque los domadores ya han hecho la compra de la temporada, y como es de suponer, no hay ni rastro de proteína.

miércoles, 4 de junio de 2014

Crónica. Feria San Isidro 2014.


Tirón de orejas

Por Paz Domingo

Por fin Adolfo Martín cierra el círculo. Esta vez sí fue posible redondear la tarde con seis toros de muleta, un ensueño que lleva persiguiendo el ganadero desde hace mucho tiempo. Ahora en la cumbre del éxito y en los altares de la afición torista se consagra definitivamente con una victoria de sus ejemplares asaltillados con más cuerpo, más docilidad, más fuerza y más equilibrio. Aunque Adolfo sufrió lo suyo viendo pasar uno tras otro sus toritos buenos para el triunfo soñado hasta que llegó un inteligente Perera que sin exponer un toreo rotundo metió el cárdeno animal al desolladero sin las orejas, al público en un apoteosis inexplicable y salió por la puerta grande de Madrid sobrada y exageradamente.

Eran las nueve pasadas. Cinco toros se habían sucedido. Pero todos habían servido porque se prestaban a la ligazón, al temple, a los terrenos de visibilidad, al sitio, a la confianza, a la entrega en tandas justas pero muy aprovechables. Antonio Ferrera desaprovechó dos cositas muy buenas y muy similares. En vez de eso se puso a practicar el destoreo a cinco metros del ganadero que presenciaba el festejo desde una tribuna reservada en el callejón de la plaza. Los aficionados hacían cávalas sobre lo que le estaría pasando a Adolfo por su mente mientras veía pasar al animal buscando engaño a ras de tierra y mientras sufría el paso de la tarde y nadie daba tirones de orejas. En otro momento el mismo ganadero había destacado la gran faceta torera y lidiadora de Ferrera, pero con seguridad ya no será la misma después de ver cómo el diestro jugó al escondite con el cuarto ejemplar, hizo el espectáculo de Cantinflas, los regates a lo Bombero Torero, para terminar la escena a modo de donTancredo y que colocado de espaldas al burel, lo que bien puede llamarse -en esta ansiedad por descubrir cosas nuevas- la suerte de citar con el reverso, contener de reojo y aparcar de culo.  De la posible faena muleta mejor ni mencionarla.

Salió el quinto, aún mejor que el cuarto. Y Diego Urdiales ni se enteró. Qué lástima para ambos porque mientras el primero lo pedía a mugidos, el segundo, es decir, el diestro no se confió, no puso trapo, no se colocó certero, no quiso percatarse, no pudo afirmar lo que muchos creen ver en su toreo y sacó dos naturales de pura casualidad. El público al unísono le pedía confianza a gritos. Mientras, el maestro seguía su particular interpretación de la tauromaquia del esfuerzo en la que se descolocaba tras cada pase suelto y se desorientaba empeñado en parar la trayectoria natural del animal.

En esto que salió el sexto, aún mejor que el quinto, aún mucho más que el cuarto. Y ahí estaba Perera con su interpretación posmoderna del toreo basada en tandas ligadas y poco importa que vayan hacia las afueras, que la pierna robótica quede atrás, que ligue encorvado, que cite de perfil que haga carreritas hacia atrás. Pero Perera muy inteligente supo ver que lo que pedía la gente no tenía dificultad y con su particular paráfrasis era posible apuntillar el rotundo éxito que le precedía en esta feria. Fue mucha puerta porque -aunque dio unos naturales de buena colocación y ejecución- no se vio faena concluyente, ni capote, ni estoconazo y esto en Madrid, que se sepa, es obligatorio.

El triunfo tan extraordinario que ha protagonizado Perera en número de salidas por la puerta grande de Madrid solo puede tener parangón con el de César Rincón, hace veinte años, o con el de José Tomás, hace casi otros diez, por ejemplo. Si algunos vieron las faenas de estos dos hombres entonces y estaban ayer en la plaza encumbrando la apoteosis de Perera, certifico sin miedo que han perdido la memoria. Y excuso además a quienes no vieron aquellas descomunales y milagrosas interpretaciones del toreo y han creído descubrir el paraíso en los vuelos de Perera, sencillamente porque no pueden comparar una cosa y la otra. Se puede entender, además, que estos amantes de la fiesta sean generosos, entusiastas, y hasta fanáticos de esta fórmula de desentrañar el toreo con toros que están diseñados para hacer esta reiterada procesión de muletazos. Pero, también de la misma manera, se puede cuestionar que esta paráfrasis taurómaca –aunque sincera y efectiva por parte de Perera-, no deja de ser insuficiente en rotundidad, exigua en pasión y menuda en grandeza.

Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 3 de junio de 2014
Vigesimosexto festejo de la Feria de San Isidro 2014.
Toros de Adolfo Martín para Antonio Ferrera, Diego Urdiales y Miguel Ángel Perera.