Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 12 de mayo de 2014.
Cuarto festejo de la Feria de San Isidro 2014.
Novillos de Fuente Ymbro para los novilleros Mario Diéguez, Román y José Garrido.
La mansedumbre era un grado
Por Paz Domingo
La
mansedumbre era un grado dentro de los parámetros para interpretar la
bravura de las reses en su condición natural y propia para ser lidiada.
Cuando un toro pisaba el albero y manifestaba su negativa para acometer a
todo lo que se le pudiera por delante constituía una de las más graves
ofensas para su criador y también uno de los más grandes aprietos para
los diestros, puesto que esta complejidad para estar delante de una
maquinaria pesada -que no atiende al cambio de agujas- precisaba de una
resolución técnica y que bien expuesta supone uno de los retos más
bellos del arte del toreo, pro supuesto justificado en la pericia del
hombre para vencer la resistencia al sometimiento del animal fiero.
Esta
pericia era reconocida -cuando se producía- por los aficionados como un
acto heroico, además de glorificar a los hombres capaces de tan gran
hazaña en titanes que sujetan las columnas del mundo taurómaco. Razones
no les faltaban. Y conocimientos, tampoco. Si en la apertura de toriles,
el toro barbeaba, escarbaba, daba tarascadas que levantaban dos palmos
la grava del ruedo, se defendía con cobardía repuchando, negando el
enfrentamiento, si eludía el cuerpo a cuerpo, allí mismo quedaba
sentenciado por los aficionados y por los advenedizos que aquello era un
toro manso con mandanga. Y al toro malo se le castigaba con lo que
hiciera falta, es decir, con lo que propone el reglamentado -como las
banderillas negras- y con una soberbia regañina –como en doblones en la
cara hasta que se le aleccionaba y finalmente humillaba-.
La
mansedumbre, como miles de cosas, ya no es lo que era. El toro manso no
es manso de libro sino de catálogo de fiesta. La posibilidad de que la
resistencia del sometimiento derivara en casta significaba que los
lidiadores habían sacado petróleo de las piedras y que el ganadero en su
afán continuista de la bravura de sus criaturas no se había equivocado
con el hijo pródigo que después de fundirse la herencia acudía al amparo
de su padre dispuesto a ser el más obediente de sus descendientes.
Porque, ¿a quién no le puede salir un vástago rebelde?
Pues el
relato bíblico en esto de los toros ya tiene una reedición en forma de
manual. Está de rabiosa actualidad dentro de la crianza ganadera
seleccionar una clase de bovino con aspecto afligido, con cornamentas
que esconden cirugías estéticas perfiladas y tricolores, con deseos de
no comerse a todo bicho viviente que les acose, por supuesto, sin olfato
para detectar la especie caballar, con paciencia y conformidad en el
lucimiento a base de miles de pases tundidores como si fueran viajantes
enfebrecidos en un sinfín de negocios que atender a la velocidad del
rayo. El adocenamiento llega a tal pulcritud que muy pocos recuerdan qué
era un toro manso. Por tanto, la fallida genética brava de los tiempos
presentes es consecuencia de las chapuzas de dehesa, de comercialización
al por mayor y de un lenguaje equivocado.
Antes un tesoro de
mansedumbre podría trastocarse por milagro en renacer de casta. Ahora
todo toro es manso e importa que sirva exclusivamente para la muleta.
Los novillos de Fernando Gallardo que se presentaron en el ruedo se
habían desecho del gen recesivo de la bravura pero fueron prototipos tan
perfectos en selección para la faena repetidora del último tercio como
tan arrugados le salieron a Mendel los guisantes del experimento
genético. Muy flojos estaban los novillos. De presencia justa de
ambición. Con arboladuras tratadas con prótesis elevadoras. Y, como
queda dicho, con un temperamento al uso de la mansedumbre global. Algo
preocupante porque el grado de esta característica es extrapolable a
casi toda ganadería que se precie en vender, como muy bien se puede
comprobar en las actuaciones de las reses que han desfilado por esta
feria y en las que vendrán.
También los novilleros –como sus
maestros avezados- se desentienden de la lidia que prepara y complementa
la faena de muleta dando lugar a situaciones grotescas y propias de
capeas, mojigangas, además de variopintos bochornos. La tensión que se
provoca es descorazonadora y se rompe el criterio por la zona más
frágil. Un novillero que esté en novillero es una novedad; que tenga el
arrojo de arriesgar en el toreo es de agradecer; que quiera crecerse en
su ímpetu es muy generoso; pero que se considere la reencarnación de El
Cordobés, cincuenta años después, ya es mucho requerir. Román, que así
se llama en los carteles el bullidor aspirante a alternativa, tensó la
báscula con una actuación valerosa, incluso inteligente por la
exposición de su cuerpo en los territorios que el novillo había
atrincherado como poderoso fortín. Se creció en la fama, y salió para
realizar una segunda actuación lejos del comedimiento porque acompañó el
viaje del animal y mandó menos de lo que se había propuesto. Una parte
del público sacudido por la novedad y un presidente con gran corazón
hicieron el resto de la desmesura: una oreja y una sobreactuación
similar a un despelote. Mario Diéguez y José Garrigo pasaron y no
dijeron nada. Es lo que tiene el trueno cuando toca tierra, que no se
oye la radio.
martes, 13 de mayo de 2014
lunes, 12 de mayo de 2014
Tercer festejo. feria de San isidro 2014
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 11 de mayo de 2014.
Tercer festejo de la Feria de San Isidro 2014.
Toros de José Escolar para los diestros Fernando Robleño, Pérez Mota y Miguel Ángel Delgado.
Lecciones para tomar
Por Paz Domingo
No se hace necesario dar lecciones a nadie pero hay alguien que debería tomar unas cuantas. Por ejemplo, los aficionados, este conjunto de hombres y mujeres que se pueden contar ya por escasos, que tenían una sincera expectación, conciliada en los últimos años, por el empuje de José Escolar en el tema genético y solvente. Por ejemplo, el ganadero de encaste Albaserrada que presentó una corrida de toros infalible y alejada de presentación, casta, fuerza, temperamento y acometida, mientras aquellos espectadores se quedaron decepcionados increpando al propietario de las reses que se encontraba en el callejón de la plaza. Por ejemplo, los toreros de la terna, todos con las mismas imposibilidades para lidiar, torear y estar por encima de los animales que a pesar de todo valían para la muleta.
Salió por toriles un conjunto todo por igual, salvo algunos matices. Los escolares estuvieron mal presentados, muy por debajo del trapío que hace redondear la unanimidad ya que faltaba por evidente el remate –que el buen entendido no confunde jamás con los kilos-, salvándose de la regularidad un sexto de boyante aspecto. De comportamiento idéntico. De entrada despistados, nada elocuentes, reservones y de una flojedad preocupante. No tuvieron claridad de empuje en el caballo, tampoco fuerza acometedora, ni mucho menos ganas de repetir arrebatos. Los picadores ayudaron mucho para esconder lo que escasamente tenían pero lo cierto es se quedaron muy lejos de la fiereza que se esperaba. En banderillas se hundieron mucho más los ánimos porque lejos de remontar, los toros porfiaron en el desapego. Y fueron bastante acordes en el tercio de muleta pues al menos tres –que hicieron primero, cuarto y sexto- tuvieron embestida para aprovecharla.
También los tres hombres de la terna torera perseveraron en que no querían, o podían, conducir el trasteo adecuado que consistía en llevar toreado un animal que buscaba los adentros en los pases, que no quería posiciones encimistas, que buscaba el centro del platillo y no los tercios, que no hicieron extraños, que llegaron enteros con sus escasas fuerzas pero crecidos en la inconclusión de los diestros. Robleño se alivió en los dos animales de su lote, a los cuales se podía haber sacado más resolución, incluso se le vio fuera del arrojo de otros tiempos. Pérez Mota no tuvo mucho para elegir, como tampoco mucho que aportar con un toreo en oblicuo. Y Miguel Ángel Delgado estuvo desbordado por sus carencias de sitio y profundidad e intentó el acompañamiento de la embestida hasta hacerla irritante.
Las excepciones de gran torería las pusieron dos miembros de la cuadrilla de Robleño. Sucedió en el cuarto toro. El subalterno Otero dejó dos pares de banderillas en una demostración del toreo clásico de frente parando en seco el enérgico viaje, asomándose al balcón y saliendo andando de la suerte. Iturralde, un picador de alma serena, citó con elegancia, contuvo con precisión y vació con naturalidad. Parar, mandar y templar. Así ha sido el torero siempre y siempre lo será para esperanza de algunos y la emoción que tanto reclama el resto.
Los aficionados andan a estas horas dándole vueltas a esto de los matices que los ganaderos aplican para los adentros en la selección. Y lo bueno que tienen los citados simpatizantes a la verdad del toro y del toreo es que tienen memoria y a algunos se les oía en los bares aledaños a la plaza cómo les había salido a otros ganaderos, también de alta estimación, los experimentos acrecentadores de la nobleza, los encantamientos para aliviar a sus criaturas de los empujes en los petos y las insistencias de un tipo morfológico con comodidad. Y como la memoria es larga, y la crianza de toro también, ya se sabe que los reveses salen muy caros para todos. El mundo va y viene y lo importante no es ganar el envite sino lo que se pierde en el encontronazo. Así ha sido siempre.
Tercer festejo de la Feria de San Isidro 2014.
Toros de José Escolar para los diestros Fernando Robleño, Pérez Mota y Miguel Ángel Delgado.
Lecciones para tomar
Por Paz Domingo
No se hace necesario dar lecciones a nadie pero hay alguien que debería tomar unas cuantas. Por ejemplo, los aficionados, este conjunto de hombres y mujeres que se pueden contar ya por escasos, que tenían una sincera expectación, conciliada en los últimos años, por el empuje de José Escolar en el tema genético y solvente. Por ejemplo, el ganadero de encaste Albaserrada que presentó una corrida de toros infalible y alejada de presentación, casta, fuerza, temperamento y acometida, mientras aquellos espectadores se quedaron decepcionados increpando al propietario de las reses que se encontraba en el callejón de la plaza. Por ejemplo, los toreros de la terna, todos con las mismas imposibilidades para lidiar, torear y estar por encima de los animales que a pesar de todo valían para la muleta.
Salió por toriles un conjunto todo por igual, salvo algunos matices. Los escolares estuvieron mal presentados, muy por debajo del trapío que hace redondear la unanimidad ya que faltaba por evidente el remate –que el buen entendido no confunde jamás con los kilos-, salvándose de la regularidad un sexto de boyante aspecto. De comportamiento idéntico. De entrada despistados, nada elocuentes, reservones y de una flojedad preocupante. No tuvieron claridad de empuje en el caballo, tampoco fuerza acometedora, ni mucho menos ganas de repetir arrebatos. Los picadores ayudaron mucho para esconder lo que escasamente tenían pero lo cierto es se quedaron muy lejos de la fiereza que se esperaba. En banderillas se hundieron mucho más los ánimos porque lejos de remontar, los toros porfiaron en el desapego. Y fueron bastante acordes en el tercio de muleta pues al menos tres –que hicieron primero, cuarto y sexto- tuvieron embestida para aprovecharla.
También los tres hombres de la terna torera perseveraron en que no querían, o podían, conducir el trasteo adecuado que consistía en llevar toreado un animal que buscaba los adentros en los pases, que no quería posiciones encimistas, que buscaba el centro del platillo y no los tercios, que no hicieron extraños, que llegaron enteros con sus escasas fuerzas pero crecidos en la inconclusión de los diestros. Robleño se alivió en los dos animales de su lote, a los cuales se podía haber sacado más resolución, incluso se le vio fuera del arrojo de otros tiempos. Pérez Mota no tuvo mucho para elegir, como tampoco mucho que aportar con un toreo en oblicuo. Y Miguel Ángel Delgado estuvo desbordado por sus carencias de sitio y profundidad e intentó el acompañamiento de la embestida hasta hacerla irritante.
Las excepciones de gran torería las pusieron dos miembros de la cuadrilla de Robleño. Sucedió en el cuarto toro. El subalterno Otero dejó dos pares de banderillas en una demostración del toreo clásico de frente parando en seco el enérgico viaje, asomándose al balcón y saliendo andando de la suerte. Iturralde, un picador de alma serena, citó con elegancia, contuvo con precisión y vació con naturalidad. Parar, mandar y templar. Así ha sido el torero siempre y siempre lo será para esperanza de algunos y la emoción que tanto reclama el resto.
Los aficionados andan a estas horas dándole vueltas a esto de los matices que los ganaderos aplican para los adentros en la selección. Y lo bueno que tienen los citados simpatizantes a la verdad del toro y del toreo es que tienen memoria y a algunos se les oía en los bares aledaños a la plaza cómo les había salido a otros ganaderos, también de alta estimación, los experimentos acrecentadores de la nobleza, los encantamientos para aliviar a sus criaturas de los empujes en los petos y las insistencias de un tipo morfológico con comodidad. Y como la memoria es larga, y la crianza de toro también, ya se sabe que los reveses salen muy caros para todos. El mundo va y viene y lo importante no es ganar el envite sino lo que se pierde en el encontronazo. Así ha sido siempre.
domingo, 11 de mayo de 2014
Segundo festejo. Feria de San Isidro 2014
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 10 de mayo de 2014
Segundo festejo de la Feria de San Isidro 2014
Toros de Martín Lorca para los diestros Ángel Teruel, Miguel Tendero (que sustituía a David Galván) y Diego Juan del Álamo.
Algo bonito
Por Paz Domingo
Hoy hay algo bonito que contar. Juan del Álamo es un torero y en estos tiempos huecos es mucho decir. Se tiene méritos propios para creerlo por su extraordinario capote, su madurez en la muleta y su valentía para volcarse en la suerte final. Es ya por su demostración en las adversidades una mente madura para el toreo, quizá un talento innato que a veces se convulsiona por tanta juventud. Así que este joven aspirante a figura de origen salmantino, de veintidós años, de cabello ensortijado, de rostro adolescente, de cabeza amueblada se impuso por torero a una descastada, desigual, floja, correosa e insustancial corrida de Martín Lorca y a sus dos compañeros de aventuras.
La tarde triunfal fue ciertamente una curiosidad. Juan del Álamo cortó una oreja pero lo hizo como nadie esperaba. En primer lugar, por el toro que tenía delante. No era del hierro titular sino un sobrero a punto de ser excluido de la lidia por superar la edad reglamentaria, que salió en tercer lugar manseando, añorando la estabulación que había padecido en meses; marcado con el hierro de El Vellosino, que tampoco ayuda; contrahecho para más señas; que repartía tornillazos; que salió de los muchos pinchazos cabeceando como un loco; y que nos dejó sin verónicas, además. Y en segundo lugar, porque este muchacho supo ver la posibilidad de nobleza del animal después de quedar fijado en banderillas. Cuando casi nadie daba un duro por la materia el torero salmantino se colocó en el sitio y fue metiendo al toro imperfecto en tandas ligadas, toreadas y justas. El animal quedó ahormado al primer instante, con la mirada incansable en el diestro, exhausto, toreado, pidiendo una muerte salvadora. Faltó echarle la muleta a la izquierda con mayor celeridad y le sobró el molinete final, pero se volcó en la perfección de la espada quedando la faena triunfal en justa medida.
Con media puerta grande abierta le fue a salir por chiqueros una pesadilla para el torero. Un animal bronco que despistaba tanto como complejidad llevaba en las entrañas. Confiado del Álamo en su capacidad para resolver se llevó una voltereta con caída estrepitosa en la dureza del albero que dejó al torero descompuesto para los restos de la faena. El toro se crecía en desaires violentos con su buena arboladura y el hombre intentó la imposibilidad tirando de mucho valor y algún recurso innecesario que ahora no le hace falta. Su nerviosismo se convirtió en desatino porque pasó muchos apuros para matar a la res ya convertida en ladina y traicionera.
Ángel Teruel estuvo perdido, no aportó nada y de la buena impresión del año pasado ha pasado a una insulsez con las imperfecciones del toreo moderno. Y Miguel Tendero, que había entrado por una sustitución y por la valentía demostrada hace unos días en esta plaza, se perdió también en una nebulosa en las afueras, en estocadas impropias y en un lote calamitoso.
Sí, hubo algo bonito, el toreo que dejó Juan del Álamo. Pero también hubo algo bueno, muy bueno. La vara de dejó caer Óscar Bernal al sexto toro de la tarde y que correspondió a Juan del Álamo, es la perfección y el sentido de este viejo espectáculo. La colocación en la distancia, el reclamo del caballero de frente, la naturalidad de la contención, la fuerza que se estalla para dejar paso a la potencia que se relaja. Y lo que está por entender es la razón de que nos dejen sin esta maravilla todos los días. ¡Vaya olvido!
Segundo festejo de la Feria de San Isidro 2014
Toros de Martín Lorca para los diestros Ángel Teruel, Miguel Tendero (que sustituía a David Galván) y Diego Juan del Álamo.
Algo bonito
Por Paz Domingo
Hoy hay algo bonito que contar. Juan del Álamo es un torero y en estos tiempos huecos es mucho decir. Se tiene méritos propios para creerlo por su extraordinario capote, su madurez en la muleta y su valentía para volcarse en la suerte final. Es ya por su demostración en las adversidades una mente madura para el toreo, quizá un talento innato que a veces se convulsiona por tanta juventud. Así que este joven aspirante a figura de origen salmantino, de veintidós años, de cabello ensortijado, de rostro adolescente, de cabeza amueblada se impuso por torero a una descastada, desigual, floja, correosa e insustancial corrida de Martín Lorca y a sus dos compañeros de aventuras.
La tarde triunfal fue ciertamente una curiosidad. Juan del Álamo cortó una oreja pero lo hizo como nadie esperaba. En primer lugar, por el toro que tenía delante. No era del hierro titular sino un sobrero a punto de ser excluido de la lidia por superar la edad reglamentaria, que salió en tercer lugar manseando, añorando la estabulación que había padecido en meses; marcado con el hierro de El Vellosino, que tampoco ayuda; contrahecho para más señas; que repartía tornillazos; que salió de los muchos pinchazos cabeceando como un loco; y que nos dejó sin verónicas, además. Y en segundo lugar, porque este muchacho supo ver la posibilidad de nobleza del animal después de quedar fijado en banderillas. Cuando casi nadie daba un duro por la materia el torero salmantino se colocó en el sitio y fue metiendo al toro imperfecto en tandas ligadas, toreadas y justas. El animal quedó ahormado al primer instante, con la mirada incansable en el diestro, exhausto, toreado, pidiendo una muerte salvadora. Faltó echarle la muleta a la izquierda con mayor celeridad y le sobró el molinete final, pero se volcó en la perfección de la espada quedando la faena triunfal en justa medida.
Con media puerta grande abierta le fue a salir por chiqueros una pesadilla para el torero. Un animal bronco que despistaba tanto como complejidad llevaba en las entrañas. Confiado del Álamo en su capacidad para resolver se llevó una voltereta con caída estrepitosa en la dureza del albero que dejó al torero descompuesto para los restos de la faena. El toro se crecía en desaires violentos con su buena arboladura y el hombre intentó la imposibilidad tirando de mucho valor y algún recurso innecesario que ahora no le hace falta. Su nerviosismo se convirtió en desatino porque pasó muchos apuros para matar a la res ya convertida en ladina y traicionera.
Ángel Teruel estuvo perdido, no aportó nada y de la buena impresión del año pasado ha pasado a una insulsez con las imperfecciones del toreo moderno. Y Miguel Tendero, que había entrado por una sustitución y por la valentía demostrada hace unos días en esta plaza, se perdió también en una nebulosa en las afueras, en estocadas impropias y en un lote calamitoso.
Sí, hubo algo bonito, el toreo que dejó Juan del Álamo. Pero también hubo algo bueno, muy bueno. La vara de dejó caer Óscar Bernal al sexto toro de la tarde y que correspondió a Juan del Álamo, es la perfección y el sentido de este viejo espectáculo. La colocación en la distancia, el reclamo del caballero de frente, la naturalidad de la contención, la fuerza que se estalla para dejar paso a la potencia que se relaja. Y lo que está por entender es la razón de que nos dejen sin esta maravilla todos los días. ¡Vaya olvido!
sábado, 10 de mayo de 2014
Crónica. Primer festejo. San Isidro 2014
Plaza de toros de Las Ventas. Madrid. 9 de mayo de 2014
Primera corrida de la Feria de San Isidro 2014
Toros de Valdefresno para los diestros David Mora, Daniel Luque y Diego Silvetti.
Insondables
Por Paz Domingo
Arranca la feria como cabía esperar. Y cabía esperar que este desdibujado espectáculo taurómaco nos inunde de escepticismo. En los tendidos se percibió la deserción, también el agotamiento, incluso los oscuros nubarrones que se enseñorean por una afición a punto de evaporarse o romperse en estruendosa tormenta –que todo es posible-. En los ruedos el panorama es aflictivo puesto que en uno de los carteles más parejos en composición -los tres diestros también están a punto de disiparse si no estallaban en el torbellino del escalafón- se dejaron ver voluntariosos en el ánimo pero insondables en el toreo preciso, adecuado y certero. Por supuesto los animales de Valdefresno ayudaron porque estos atanasios de estirpe fueron impresentables por dentro y por fuera, algo así como inescrutables para el sitio, el toreo, la emoción, ganas y las inteligencia que hay que ponerle al desastre.
El primero en abril plaza ya quería marcharse saltando la barrera. Y no fue el único, muchos en los tendidos estuvieron a punto de hacer lo mismo y aún no había transcurrido ni medio minuto. La mansada se fue sucediendo. Mejor dicho, se fue creciendo en descarriada casta, en trotes desfallecidos y en parecidos remotos con su linaje. Dicen que los atanasios son fríos, que les cuesta entrar, que hay que hacerles las lidias adecuadas para aprovechar en la muleta la nobleza que se esconde en sus entrañas. Buenas faenas no les hicieron, pero tampoco las querían.
Y únicamente se trastocó la irremediable cadencia cuando el subalterno apodado El Algabeño aportó valentía y belleza en unos pares de banderillas prendidas con distinción para meternos por un instante también en la grandeza de este espectáculo desusado. La provocación se disipó fugazmente puesto que Luque, apercibido del ánimo que se le brindaba en bandeja, también de la única posibilidad potable en nobleza de todo el encierro, se fue buscando el centro del platillo para exponer la muleta al bies, el cuerpo en oblicuo, la pierna retrasada, el sitio descolocado, y quedó perfilado con un tornillazo del animal. Le desgarró la taleguilla y el diestro compungido por quedar sus vergüenzas a la vista, se embutió en unos tejanos y volvió a las equivocadas posiciones. El toro se creció en su bondad tontorrona y, entre mucho alivio y muletas de aquella manera, se creció el diestro en pases de flores en las afueras para cabreo del personal que ya se había hecho la composición de una oportunidad desaprovechada.
En su primera actuación de esta temporada, enésima parece en su trayectoria, Luque estuvo muy similar. Cierto que tenía menos toro pero sus maneras fueron las mismas, unas circunstancias que hacen pensar en qué méritos son los obligatorios para merecer tanta renuencia. Respecto a David Mora se quedó en torero de capote y alguna instancia para agradar a esta exigencia de Madrid. Pero el pecado fue más grande que la penitencia e insistió tanto en las maneras usuales e intranscendentes del toreo con dos toritos exhaustos y mansos –el primero con algún muletazo posible- que lo mucho insustancial de quedó en tremenda pesadez.
Muy parecida fue la actuación de Silveti con ese porte clásico y que acabó convirtiéndose en toreo de desconocimiento. A esa altura, con el crepúsculo tibio incitando a la deserción, se puso a dar manoletinas a un mansurrón de categoría -que propinaba algún desairado frenesí por el pitón izquierdo sin ton ni son- y terminó el diestro mexicano en los lomos del animal. También se equivocó en su valentía porque retó al descastado ejemplar con lo mismo, cuando hacía tiempo que se imponía un toreo de resolución. Quiso remontar la terrible lidia que se hizo al primer toro de su lote y, posiblemente también, la contrariedad de no decir nada ni toreando ni matando.
Es de comprender la consternación de estos hombres. Pero aunque los tiempos estén cambiando irremediablemente en la percepción de este universo extraño, hay tres cosas inapelables. Y son. Una: voluntad y conocimiento de torear como está ordenado en los cánones de la sabiduría taurómaca. Dos: Si la situación puede llegar a ser desesperada -porque en estos momentos no hay sitio para todos los aspirantes al nivel que ellos desean- pues no tienen más remedio que arriesgar con materia solvente. Por supuesto, ¡no con esto, señores! Y tres: Estos dos mandamientos se resumen en dos, “amararás a Dios sobre todas las cosas y a la afición como a ti mismo”.
viernes, 9 de mayo de 2014
Previo a la Feria de San Isidro 2014
¡Bueno va lo bueno, y ojito con la niña!
Por Paz Domingo
La nueva feria taurina ya es una realidad. Un desparrame de carteles deslavazados se sucederán inexorablemente durante un mes. Y aunque este acontecimiento taurino no es nada nuevo en tiempo, espacio y presentación tampoco lo son las intenciones regeneracionistas que evidencia pues sigue siendo más de lo mismo en este tétrico panorama de la fiesta. Incluso, se podría decir que la situación viene impuesta por la exageración en la ramplonería.
Curiosamente la feria sevillana va a pasar desapercibida y quedará tapada por la extrañeza en la que se ha desarrollado. Los empresarios de la Maestranza, que se han hecho fuertes tras el foso y las almenas del imponente castillo, aguantan el asedio al fortín por parte de las figuras guerreras que siguen manteniendo como estrategia militar el más rancio de los abolengos feudales. El pueblo sureño masculla por las voluntarias exclusiones de los desafiantes protagonistas, pero silencia. El desconcierto todavía está por digerir pues hay quienes aseguran que los empresarios y dueños de tan lujosa plaza -a pesar del desastre en la venta de entradas- obtendrán beneficios ya que el peaje señorial ahogaba de tal manera que se hacía urgente un acto inmisericorde de renuncia.
Casi nadie contento. El pueblo nada llano no entiende este asunto y creen que con unos tiras y aflojas se habría solucionado como siempre; los notables ponen sus armas en otras cruzadas rentables; y el común de los aficionados no se cansa de repetir que entre unos y otros la casa está sin barrer. Así que el estamento taurino ha dado brío a la escoba acrisolando Madrid. Porque díganme a qué se debe tal concentración de figuras y aspirantes a serlo en una sucesión interminable de acomodos inclasificables.
¡Cómo ha cambiado la cosa de unos meses para acá! Antes los diestros de rumbo no venían a la capital ni a coger el avión, aunque se deshacían en mil excusas propias de niños chicos que se sienten poco mimados. Ahora arden en deseos de aglutinar una centuria, poner una pica en Flandes y salir al galope con el pendón ganado. Por tanto, todo hace especular que la súper, mega, archi isidrada no va a ser madrileña, pero sí la más sevillana; no la más torista, pero sí la más atronadora; como tampoco la más necesaria, pero sí la más adversa.
La ausencia de equilibrio se agrava, por supuesto, con las pocas ganaderías que verdaderamente interesan a los aficionados. Y si repasamos los carteles que las complementan son incomprensibles por tanto desatinado azoramiento. Es cumplir con lo mínimo, sin una apuesta, sin una valentía, sin un contento pues el drama para estos aficionados y abonados no era el aprieto de elegir entre muchas corridas sino tener que apechugar con el excedente de mediocridad.
Así la presión vascular está servida. Se ha trasfundido plasma sin atender a la mezcla de los diferentes grupos sanguíneos creando de paso una crisis preocupante y despreocupada como respuesta a la necesidad urgente de aportar verdad a la fiesta y concretamente a la niña bonita de la feria taurina por excelencia -o eso creíamos-. Y este escenario es propio de aquella fantasía ideada y filmada por Benito Perojo llamado Goyescas, en el que una madura Imperio Argentina -mitad condesa, mitad cantaora- protagonizaba amores y celos en medio de una España que se desvanecía ante reyes, pretendientes, toreros, bandoleros, asedios y requiebros. Allí la tonadillera Petrilla, larga y lista, cuando alguien acometía galanterías en exceso, soltaba un mandoble y advertía: “¡Bueno va lo bueno, y ojito con la niña!”.
Lo dicho. “Ole, catapum, pum, pum…”
Por Paz Domingo
La nueva feria taurina ya es una realidad. Un desparrame de carteles deslavazados se sucederán inexorablemente durante un mes. Y aunque este acontecimiento taurino no es nada nuevo en tiempo, espacio y presentación tampoco lo son las intenciones regeneracionistas que evidencia pues sigue siendo más de lo mismo en este tétrico panorama de la fiesta. Incluso, se podría decir que la situación viene impuesta por la exageración en la ramplonería.
Curiosamente la feria sevillana va a pasar desapercibida y quedará tapada por la extrañeza en la que se ha desarrollado. Los empresarios de la Maestranza, que se han hecho fuertes tras el foso y las almenas del imponente castillo, aguantan el asedio al fortín por parte de las figuras guerreras que siguen manteniendo como estrategia militar el más rancio de los abolengos feudales. El pueblo sureño masculla por las voluntarias exclusiones de los desafiantes protagonistas, pero silencia. El desconcierto todavía está por digerir pues hay quienes aseguran que los empresarios y dueños de tan lujosa plaza -a pesar del desastre en la venta de entradas- obtendrán beneficios ya que el peaje señorial ahogaba de tal manera que se hacía urgente un acto inmisericorde de renuncia.
Casi nadie contento. El pueblo nada llano no entiende este asunto y creen que con unos tiras y aflojas se habría solucionado como siempre; los notables ponen sus armas en otras cruzadas rentables; y el común de los aficionados no se cansa de repetir que entre unos y otros la casa está sin barrer. Así que el estamento taurino ha dado brío a la escoba acrisolando Madrid. Porque díganme a qué se debe tal concentración de figuras y aspirantes a serlo en una sucesión interminable de acomodos inclasificables.
¡Cómo ha cambiado la cosa de unos meses para acá! Antes los diestros de rumbo no venían a la capital ni a coger el avión, aunque se deshacían en mil excusas propias de niños chicos que se sienten poco mimados. Ahora arden en deseos de aglutinar una centuria, poner una pica en Flandes y salir al galope con el pendón ganado. Por tanto, todo hace especular que la súper, mega, archi isidrada no va a ser madrileña, pero sí la más sevillana; no la más torista, pero sí la más atronadora; como tampoco la más necesaria, pero sí la más adversa.
La ausencia de equilibrio se agrava, por supuesto, con las pocas ganaderías que verdaderamente interesan a los aficionados. Y si repasamos los carteles que las complementan son incomprensibles por tanto desatinado azoramiento. Es cumplir con lo mínimo, sin una apuesta, sin una valentía, sin un contento pues el drama para estos aficionados y abonados no era el aprieto de elegir entre muchas corridas sino tener que apechugar con el excedente de mediocridad.
Así la presión vascular está servida. Se ha trasfundido plasma sin atender a la mezcla de los diferentes grupos sanguíneos creando de paso una crisis preocupante y despreocupada como respuesta a la necesidad urgente de aportar verdad a la fiesta y concretamente a la niña bonita de la feria taurina por excelencia -o eso creíamos-. Y este escenario es propio de aquella fantasía ideada y filmada por Benito Perojo llamado Goyescas, en el que una madura Imperio Argentina -mitad condesa, mitad cantaora- protagonizaba amores y celos en medio de una España que se desvanecía ante reyes, pretendientes, toreros, bandoleros, asedios y requiebros. Allí la tonadillera Petrilla, larga y lista, cuando alguien acometía galanterías en exceso, soltaba un mandoble y advertía: “¡Bueno va lo bueno, y ojito con la niña!”.
Lo dicho. “Ole, catapum, pum, pum…”
viernes, 4 de abril de 2014
Previsiones a una temporada inédita (II)
Un
torero en un plató
Por Paz Domingo
No oigo mucha algarabía después del paso de un torero por la televisión pública. Con lo difícil que es el hecho y ya nos estamos acostumbrando. Pasó esta mañana. El plató en cuestión era el espacio Los desayunos de TVE, dedicado al repaso de la actualidad nacional y política a la hora del café para los que no madrugan; la figura del torero, Julián López, El Juli, encargado de ser la cabeza visible del mundo taurino ; la excusa, ninguna; la cuestión, evidenciar que él y otros cuatro toreros más no están en los carteles de la Maestranza sevillana en su feria; la explicación, no se trata de aspectos económicos; la contradicción, no hablar de política en un espacio dedicado a la misma; la conclusión, a cuento de qué tantos topicazos y tanto postín al discurso gastado, recurrente e irreal que difunden del argumento taurino cuando la decadencia se impone a esta realidad. De temáticas manidas fue el asunto y, si me lo permiten, me gustaría explicarlo, aunque sea redundar en más de lo mismo y en la hartura de todos los que no somos personajes relucientes del firmamento ni estamos obligados a reiterar vacuamente cómo éstos “se juegan la vida”.
Me inflaman tantas y tan cacareadas proclamas de tantos y tan conocidos lugares comunes. La modernidad parece un territorio ignoto y lejano, aunque efectivamente apetecible por todo ser viviente. Viste al desnudo, da de comer al hambriento, provoca sueños al insomne, inspira poemas al gañán e incita a la despreocupación futura. A uno le llaman ladronzuelo y ni se inmuta. Pero, ¡ay!, le califican de antiguo y es capaz de renegar de sus ancestros más cercanos. Julián López, impulsor de la renovación vanguardista en la fiesta, también figura del toreo, insiste en que hay que modernizar el espectáculo puesto que de este propósito depende su futuro. Lo que no sabemos es el cómo se va a imponer esta declaración de urgentes intenciones ni el soporte que utilizarán los gurús encargados de tan altruista misión. Habrá que estar atentos al twitter, quizá en 140 caracteres quepa el mensaje purificador.
Yo por más que lo intento, no lo entiendo, maestro. Ni quiero entenderlo. Es decir, “que hay que adaptar el espectáculo a los tiempos modernos” porque “está anclado en un mundo antiguo” y, sin embargo, usted asegura estar en un momento profesional excelente y considera su manera de interpretar el arte excelso del toreo en el estilo “más antiguo, más cercano al clasicismo”. Pues algo falla, ¿no le parece? No le falta razón en una cosa: por un lado está el toreo como verdad y por otro la verdad que se da en el toreo. Sin la primera no existirá la segunda, aunque se estimule irresponsable y concienzudamente la virtualidad de aquella para la posibilidad de ésta.
Lamenta El Juli no estar en su plaza favorita de la Maestranza, o una de las más importantes en su carrera profesional y -al igual que sus otros compañeros en esta aventura reivindicativa (Manzanares, Perera, Morante y Talavante)- ha vetado a la plaza sevillana por “un problema de trato”. ¿Qué trato?, preguntó la presentadora. “Irrespetuoso y poco acorde con Sevilla”. Añadió el diestro que “el abuso no es bueno para nadie”. Por supuesto, insistió en que no era un tema de dineros. Yo no voy a entrar en las cuitas privadas y monetarias de las figuras del toreo, no porque crea que no se hace necesario saberlas (ahora estarían más justificadas que nunca ya que la crisis de verdad, la del dinero circulante, obligaría a exponer el balance de gastos y resultados) sino porque entraría de lleno en el recreo de “café para todos” cuando muchos intuimos que se pelean por los azucarillos. Que un torero gane, o quiera ganar, más o súper más, es legítimo. En el cómo y cuándo están las claves y las contradicciones.
Y hablando de dineros y de crisis. Uno de los periodistas participantes le pregunta sobre “la crisis del concepto del toreo” y el hecho palpable, incluso para alguien ajeno a la afición, que las plazas de toros no se llenan. El diestro madrileño no está de acuerdo. “las plazas se llenan”, dice. Y pone los ejemplos de Madrid y Pamplona (como todos sabemos la catedral del toreo no cuenta con la excelencia de antaño –tampoco se llena ya- y la plaza navarra no puede ser comparada con nada porque trasciende mediáticamente al ritual). Y completa: “El sector taurino goza de buenos números, números nada despreciables”. Discúlpeme, pero respecto a lo que usted percibe de los llenazos a mí se me escapan, aunque le aseguro que ese clasicismo de que habla sí que entra en las más negativas entendederas y, por tanto, pondría de acuerdo a todos.
Por último, vamos a la política. Dice que los toreros son apolíticos. Permítame que discrepe. Apolítico significa ajeno a la política y en este país ni se da ni se espera ningún personaje de estas características, y menos ahora. Entiendo que usted ha querido decir que los toreros no se quieren meter o identificar en determinadas maneras de hacer política, una circunstancia que precisamente sí se ha producido en los últimos tiempos con la formación de grupos de profesionales taurinos, algunos exclusivamente toreros, que se han personado en los despachos ministeriales y con las mismas han desplegado pergamino y desconsuelos. Estos son tiempos políticos, de gentes comunes y corrientes que se han puesto a opinar como sabios de alta economía e incontables ideologías porque les apetece y les toca el bolsillo. Discúlpeme si le digo que ni proscripciones reales, ni pragmáticas papales, ni prohibiciones animalistas han podido anular la fiesta de los toros, hasta el momento, claro. Por supuesto, hablo de la fiesta de emoción, riesgo y verdad y no de los espectáculos sucedáneos y simuladores que a pocos interesarán, y a éstos lamentablemente les incumbirá hacer con ella cuanto les plazca sin acordarse de naturales o verónicas, de lopecinas o volapiés. En un tiempo cercano hubo en Cataluña tres plazas de toros simultáneas y una afición que las llenaba. Pero no fueron los políticos quienes se empeñaron en hacerlas desaparecer. Fueron los taurinos los que se enamoraron de los turistas e idearon trastocar el padrenuestro de la fiesta. Tras el rezo, las súplicas y las rogativas llegó la condenación y nadie mejor que los creyentes para saber que del purgatorio se sale, pero de las llamas perpetuas del infierno jamás de los jamases. Y allá abajo algunos se fueron ricos, otros más pobres que las ratas y el resto se quedaron deambulando como ánimas penitentes y doloridas.
No oigo mucha algarabía después del paso de un torero por la televisión pública. Con lo difícil que es el hecho y ya nos estamos acostumbrando. Pasó esta mañana. El plató en cuestión era el espacio Los desayunos de TVE, dedicado al repaso de la actualidad nacional y política a la hora del café para los que no madrugan; la figura del torero, Julián López, El Juli, encargado de ser la cabeza visible del mundo taurino ; la excusa, ninguna; la cuestión, evidenciar que él y otros cuatro toreros más no están en los carteles de la Maestranza sevillana en su feria; la explicación, no se trata de aspectos económicos; la contradicción, no hablar de política en un espacio dedicado a la misma; la conclusión, a cuento de qué tantos topicazos y tanto postín al discurso gastado, recurrente e irreal que difunden del argumento taurino cuando la decadencia se impone a esta realidad. De temáticas manidas fue el asunto y, si me lo permiten, me gustaría explicarlo, aunque sea redundar en más de lo mismo y en la hartura de todos los que no somos personajes relucientes del firmamento ni estamos obligados a reiterar vacuamente cómo éstos “se juegan la vida”.
Me inflaman tantas y tan cacareadas proclamas de tantos y tan conocidos lugares comunes. La modernidad parece un territorio ignoto y lejano, aunque efectivamente apetecible por todo ser viviente. Viste al desnudo, da de comer al hambriento, provoca sueños al insomne, inspira poemas al gañán e incita a la despreocupación futura. A uno le llaman ladronzuelo y ni se inmuta. Pero, ¡ay!, le califican de antiguo y es capaz de renegar de sus ancestros más cercanos. Julián López, impulsor de la renovación vanguardista en la fiesta, también figura del toreo, insiste en que hay que modernizar el espectáculo puesto que de este propósito depende su futuro. Lo que no sabemos es el cómo se va a imponer esta declaración de urgentes intenciones ni el soporte que utilizarán los gurús encargados de tan altruista misión. Habrá que estar atentos al twitter, quizá en 140 caracteres quepa el mensaje purificador.
Yo por más que lo intento, no lo entiendo, maestro. Ni quiero entenderlo. Es decir, “que hay que adaptar el espectáculo a los tiempos modernos” porque “está anclado en un mundo antiguo” y, sin embargo, usted asegura estar en un momento profesional excelente y considera su manera de interpretar el arte excelso del toreo en el estilo “más antiguo, más cercano al clasicismo”. Pues algo falla, ¿no le parece? No le falta razón en una cosa: por un lado está el toreo como verdad y por otro la verdad que se da en el toreo. Sin la primera no existirá la segunda, aunque se estimule irresponsable y concienzudamente la virtualidad de aquella para la posibilidad de ésta.
Lamenta El Juli no estar en su plaza favorita de la Maestranza, o una de las más importantes en su carrera profesional y -al igual que sus otros compañeros en esta aventura reivindicativa (Manzanares, Perera, Morante y Talavante)- ha vetado a la plaza sevillana por “un problema de trato”. ¿Qué trato?, preguntó la presentadora. “Irrespetuoso y poco acorde con Sevilla”. Añadió el diestro que “el abuso no es bueno para nadie”. Por supuesto, insistió en que no era un tema de dineros. Yo no voy a entrar en las cuitas privadas y monetarias de las figuras del toreo, no porque crea que no se hace necesario saberlas (ahora estarían más justificadas que nunca ya que la crisis de verdad, la del dinero circulante, obligaría a exponer el balance de gastos y resultados) sino porque entraría de lleno en el recreo de “café para todos” cuando muchos intuimos que se pelean por los azucarillos. Que un torero gane, o quiera ganar, más o súper más, es legítimo. En el cómo y cuándo están las claves y las contradicciones.
Y hablando de dineros y de crisis. Uno de los periodistas participantes le pregunta sobre “la crisis del concepto del toreo” y el hecho palpable, incluso para alguien ajeno a la afición, que las plazas de toros no se llenan. El diestro madrileño no está de acuerdo. “las plazas se llenan”, dice. Y pone los ejemplos de Madrid y Pamplona (como todos sabemos la catedral del toreo no cuenta con la excelencia de antaño –tampoco se llena ya- y la plaza navarra no puede ser comparada con nada porque trasciende mediáticamente al ritual). Y completa: “El sector taurino goza de buenos números, números nada despreciables”. Discúlpeme, pero respecto a lo que usted percibe de los llenazos a mí se me escapan, aunque le aseguro que ese clasicismo de que habla sí que entra en las más negativas entendederas y, por tanto, pondría de acuerdo a todos.
Por último, vamos a la política. Dice que los toreros son apolíticos. Permítame que discrepe. Apolítico significa ajeno a la política y en este país ni se da ni se espera ningún personaje de estas características, y menos ahora. Entiendo que usted ha querido decir que los toreros no se quieren meter o identificar en determinadas maneras de hacer política, una circunstancia que precisamente sí se ha producido en los últimos tiempos con la formación de grupos de profesionales taurinos, algunos exclusivamente toreros, que se han personado en los despachos ministeriales y con las mismas han desplegado pergamino y desconsuelos. Estos son tiempos políticos, de gentes comunes y corrientes que se han puesto a opinar como sabios de alta economía e incontables ideologías porque les apetece y les toca el bolsillo. Discúlpeme si le digo que ni proscripciones reales, ni pragmáticas papales, ni prohibiciones animalistas han podido anular la fiesta de los toros, hasta el momento, claro. Por supuesto, hablo de la fiesta de emoción, riesgo y verdad y no de los espectáculos sucedáneos y simuladores que a pocos interesarán, y a éstos lamentablemente les incumbirá hacer con ella cuanto les plazca sin acordarse de naturales o verónicas, de lopecinas o volapiés. En un tiempo cercano hubo en Cataluña tres plazas de toros simultáneas y una afición que las llenaba. Pero no fueron los políticos quienes se empeñaron en hacerlas desaparecer. Fueron los taurinos los que se enamoraron de los turistas e idearon trastocar el padrenuestro de la fiesta. Tras el rezo, las súplicas y las rogativas llegó la condenación y nadie mejor que los creyentes para saber que del purgatorio se sale, pero de las llamas perpetuas del infierno jamás de los jamases. Y allá abajo algunos se fueron ricos, otros más pobres que las ratas y el resto se quedaron deambulando como ánimas penitentes y doloridas.
miércoles, 19 de marzo de 2014
Previsiones a una temporada inédita
Que
nos den… tila
Por Paz Domingo
A quienes les quede un poco de afición que les den… tila. A quienes sientan algo de nostalgia, aunque sea aséptica, por este vapuleado mundo de toros, que se vayan preparando una dosis letal, que les va a hacer falta. Y a quienes pretendan hacernos comulgar con este fantoche de fiesta, por favor, que tengan la amabilidad de meterse en vena un jeringazo de pulcritud. Veamos.
La situación es la siguiente. Empieza el revoloteo de ferias; presentación de carteles de lujo que no hay por dónde cogerlos ni comprarlos; comunicados personales que se hacen públicos; y públicos que no se entienden; grotescas presentaciones de temporadas que dan poco que hablar; programaciones que nacen para ser reinventadas y dar una lección a los incrédulos; modernidades varias que huelen a rancio desatino; plazas que no se llenan ni regalando la entrada; figuras que no atraen ni a las moscas; toritos buenos que dan la risa tonta; es un no parar…
A quienes les quede un poco de afición que les den… tila. A quienes sientan algo de nostalgia, aunque sea aséptica, por este vapuleado mundo de toros, que se vayan preparando una dosis letal, que les va a hacer falta. Y a quienes pretendan hacernos comulgar con este fantoche de fiesta, por favor, que tengan la amabilidad de meterse en vena un jeringazo de pulcritud. Veamos.
La situación es la siguiente. Empieza el revoloteo de ferias; presentación de carteles de lujo que no hay por dónde cogerlos ni comprarlos; comunicados personales que se hacen públicos; y públicos que no se entienden; grotescas presentaciones de temporadas que dan poco que hablar; programaciones que nacen para ser reinventadas y dar una lección a los incrédulos; modernidades varias que huelen a rancio desatino; plazas que no se llenan ni regalando la entrada; figuras que no atraen ni a las moscas; toritos buenos que dan la risa tonta; es un no parar…
De
tanto ajetreo, llevo varios días a base de tisanas dobles y tan placenteros
efectos están surtiendo que ya me da casi todo igual. Vamos, que me resbala lo
que antes me inflamaba o, mejor dicho, que si se empeñan en pasar el rodillo
para dejar la fiesta más rasa que una noche de verano pues ¡adelante!, que no será
por falta de ancho de vía. Que quieren hacer la cosa de esta farsante manera,
¡pues tienen Castilla a discreción! Pero no me cuenten milongas. No me digan
que de ese público tan rico, tan mono, tan influido de tendencias saldrá el
futuro aficionado porque ha presenciado una faenita de un presunto Superman a
un probable toro y en la cual el primero ha molido a mantazos con su capa roja
al segundo, sencillamente porque se dejaba. No me digan que la escena les excita
hasta el delirio porque para mí que se aburren como todo quisque, incluso más. No me digan que esta fiesta es emocionante
cuando la realidad invita a pasarse a las líneas enemigas y pirómanas. No me
digan que todo este empeño de los responsables políticos, empresariales y demás
personajes del estamento taurómaco responde a la voluntad de poner en lugar
seguro y cultural la fiesta de los toros cuando yo lo que veo es un caso
incontestable de invalidez, ineptitud e indecencia.
Sí,
sí, todo muy in. Insomne, impotente e indefenso está el aficionado, tanto como
la fabulosa fiesta de los toros
incomprendida, incendiada y que languidece por inanición; tanto como todos los
personajes que mienten y engañan con rotunda traición aunque no se les pueda
llamar ingratos, insufribles e imbéciles. Pues nada, ya pueden darse un dosis
extra de (in)fusión en salvase la
parte torera. Tome tila, que es muy sana y muy barata, pues lo que tenga que
ser, será. Y lo que será, queridos amigos, ya se ve: una plaza de toros sin
toros y una fiesta de aficionados sin afición.
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