Por Paz Domingo
También hoy es un día para tomar lecciones. La corrida extraordinaria de la Beneficencia en Madrid es un instructivo ejemplo para calibrar en qué punto de declive está la fiesta de los toros en el espectro social. Llegó el aquelarre de hordas invasoras, tan iletradas y tan sumisas a los cantos mesiánicos como inconscientes de la trampa mortal que se esconde detrás de ese populismo mediático, concretado en divulgación chabacana, expuesto sin pudor y despreciativo con la razón. Y había que estar allí para verlo, para comprobar cómo ha cambiado el paisanaje de la plaza en la exaltación de la fiesta por la fiesta. Los taurinos de clavel que anteriormente poblaban los tendidos tenían al menos algunas claves para descifrar la esencia del espectáculo. Ahora los sucesores de aquellos isidros -concitados en un escenario mediante espectros internautas- ya no llevan códigos reventones en las solapas sino que lucen con desahogo una vanidad, una ignorancia y un dirigismo muy a tono con los estos tiempos tan individualistas de hoy en día, arrollando de paso a la fiesta a la cual se creen que tienen la obligación conceptual de exaltar. Y han consumado el sorpasso. No por propio amor a la misma, por supuesto, sino por amor propio a la notoriedad aunque sea postiza.
No sabían nada de nada. Ni pedir orejas. Había borricos volando a la vista y fueron a por ellos. Ignoraban estos neosabios-punto.es que los mamíferos alados no eran prodigios naturales sino criaturas clónicas salidas de tubos de ensayo y muy adecuados para el control remoto. Por supuesto, les daba igual que igual les daba. Los bellos adonis que debían escenificar la pantomima tardaron de darse cuenta de las buenas sensaciones para el disfrute y que los dioses reimplantados estaban con ellos. Pasó Castella, harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de encarnarse en figura propia. Pasó López Simón, harto de no hacer nada de nada, de saber poco de poco, de mandar menos de menos, y le cayó de sopetón -desde los tendidos enloquecidos, desde palco consentidor presidencial, desde la tribuna real voluntariosa, desde la trinidad interesada televisiva, desde del cielo inclemente y desde el mismísimo infierno, la rendición a la que está llamado por méritos ajenos.
Y aquí cambió un poco la cosita. Pasó Castella, más harto de estar harto de tanto fingimiento. Pasó Manzanares, harto de no protagonizar a título individual el cortijo y agarró por las orejas al torito propicio para el sacrificio y que aleteaba juguetón a ritmo de melodía, subiéndose de inmediato en la ola de este nuevo público forjador del sorpasso en los conocimientos a lo taurino. Sabía el maestro que podía estar en maestro y lo hizo en algunas pausas acompasadas con lento temple aprovechando la despaciosidad que se sucedía en el juego alado. Con una tanda de naturales etéreos, más una media desmayada de extraordinaria estética, subió también a los puristas a la cresta de la ola. Se desencadenó el éxtasis y si a López Simón le habían abierto la puerta grande, ¿qué no deberían hacer con Manzanares? Como no tenían ni idea de lo que debían pedir, pues empezaron a pedir y pedir con vocerío de romería. Estos neo expertos reclamaban las orejas para el mesías, el rabo (del mesías no, del torito alado se entiende), la vuelta al ruedo (al bueno del torito, claro), el indulto (también al torito) y no sé cuántas cosas más ignoraban que se podían pedir porque aquí los analfabetos en estrategias de posicionamiento digital estábamos perdidos. Pasó López Simón, harto de tanto pintoresquismo. Y pasaron ambos diestros entre las hordas desquiciadas en el atardecer tibio de Madrid camino de la realidad virtual que se impone.