Al tercer pase
Por Paz Domingo
Se puso fin a la inconsciente feria otoñal madrileña con la certeza al ver cómo este mundo extraordinario muere por inanición. Los aficionados ya se marchan de los tendidos muy a pesar suyo, pero a los responsables esto les trae al pairo ya que el objetivo de limpiar expedientes en el escalafón, abonos a saldo y toros en los corrales y dehesas estaba cumplido. Otra oportunidad perdida. Otra que cuenta a la baja irremediable.
La corrida de Adolfo Martín estuvo bien presentada, pareja, cuajada y con una media de kilos en torno a 480 kilos por cabeza, además de una floja potencia en el corazón y en las entrañas. En general, los animales tuvieron pocos arrebatos en los caballos, llegaron al último tercio necesitando un cable para arrancarles del suelo, haciendo necesario que se porfiara en los sitios adecuados e intentar tandas pequeñas y cortas. Esto, que resulta incomprensible para los toreros de técnica moderna y para los públicos triunfalistas, era lo que se debía haber hecho. Sin embargo, los diestros –con diferentes medidas, distancias y compromisos- quedaban desbordados al tercer pase, además de contrariados y expuestos a la deriva.
El diestro con más pericia fue Diego Urdiales que con su torero basado en clasicismo y dimensión de esfuerzo dejó algunos naturales pespunteados. Tras una formidable estocada el público pidió la oreja en un abrir y cerrar de ojos, circunstancia que cogió al vuelo el presidente, también a la velocidad de crucero. Si es de recibo o no el triunfo de Urdiales no merece la pena darle vueltas, quizá sea una gran recompensa para este torero riojano de buena materia torera, de gran seriedad en los compromisos en esta plaza, pero al cual le falta dar un pequeño pasito en su temperamento y en su capacidad de trasmisión. Se torea como se es, decía Belmonte. Con seguridad no le falta razón. Pero la voluntad de Urdiales es mucha y debe encauzarla hacia la rotundidad, una vez que ya hemos visto su maestría.
Un ejemplo lo tenía en la terna. Uceda Leal es lo que todo torero quiere tener. Capacidad en todos los tercios; estética de altura con el capote; estoconazos de récor; planta inmejorable; y todo el público entregado a su plenitud que ni él mismo ni el destino han podido asegurar. Tuvo un toro para ponerse a torear con la muleta. Dejó ir la suerte, una vez más. En su segunda actuación salió agraciado con un avisado y peligroso animal que se fue enterando a marchas forzadas y basadas en la impericia de realizar una lidia de antaño. Alivió.
Y lo que son las cosas de la vida y de la muerte –taurinamente hablando- el gran estoqueador no lo fue. Le superaron sus compañeros de terna, incluso el diestro nacido en Cataluña, Serafín Marín, que con la espada estuvo bien y fue lo más potable de sus actuaciones. Insufrible en la primera, porfió en los empaques perfileros y en los acompañamientos superfluos. Insustancial, por supuesto. Pero la suerte la tenía de cara con el sexto ejemplar, el más claro en la muleta, el más convincente de entrañas y que coqueteó en bajo los petos. Ahogaba en las distancias, intentaba el torero bueno, se esforzaba en la colocación, pero al tercer pase quedaba, como los demás, al filo de lo imposible. Es decir, intentando citar de pico con la muleta retrasada para que el animal hiciera por él, -evidentemente- y le propinara una voltereta. Salió del trance enfadado pero con las mismas escasas resoluciones. Al público le dio igual. Al toro se le arrancó el pabellón auditivo, cuando no era necesario desmerecer con esta afrenta.
A quien no estuviera en la plaza hay que puntualizarle que tras el cuarto toro -imposible en la toreabilidad, que no en la lidia-, salió un zambombo herrado con la divisa de El Puerto de San Lorenzo, un mulo sobrecargado de mansedumbre, al cual Diego Urdiales se empeñaba en darle algún pase insistiendo en los medios cuando al ánimo del animal le pedía el cuerpo ni pelea ni medio trapo. En este punto estaba la discusión entre los aficionados. ¿Por qué Urdiales no escuchó las apetencias del toro? ¿Por qué dudó? ¿Por qué no da ese paso que tanto le hace falta y que únicamente en Madrid se reconoce? Quién sabe. Son las cosas del querer. O del destino. O del momento. En mi retina flota la tarde de su actuación en Madrid en la pasada isidrada, con toros del mismo hierro, aunque de una potencialidad rotunda. El torero riojano arrancó unos naturales que bien valen la admiración por este incomprendido arte, pero porfió en los terrenos de chiqueros una faena que debía haberse ejecutado en los medios solariegos que exigía. Diego Urdiales ayer cumplió, aunque muchos queremos más.
Y, por si alguien se da por aludido, los aficionados lo que no queremos más es esta urticante feria de desechos; de mentiras; de personalidades que son de andar por casa –o quedarse en la misma-; de resultados engañosos; de bovinos impúdicos; de plañideras que velan la espumosa cultura mientras se limpian la decencia con ella; de responsables políticos y sociales que consienten esta engañifa; de pagar para seguir alimentando esta desvergüenza. A este punto hemos llegado. Los aficionados ya no sabemos que nos conviene exigir, si un golpe de gracia o pasarnos a las filas enemigas. Y en eso estamos, descolocados después del tercer pase.
Dominfo, 5 de octubre de 2014. Plaza de Las Ventas. Madrid.
Cuarto festejo de la Feria de Otoño.
Toros de Adolfo Martín para los diestros Uceda Leal, Diego Urdiales y Serafín Marín.
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